Página 452 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
se habían enterado de las palabras de alabanza de Cristo y de sus
obras de misericordia en favor de hombres de su nación. Vieron
que a pesar del trato rudo que le habían dado él tenía solamente
pensamientos de amor hacia ellos, y sus corazones fueron ganados.
Después de su ascensión, dieron la bienvenida a los mensajeros del
Salvador, y los discípulos cosecharon una preciosa mies de entre
aquellos que habían sido antes sus más acerbos enemigos. “No
quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare: sacará
el juicio a verdad.” “Y en su nombre esperarán los gentiles.
Al enviar a los setenta, Jesús les ordenó, como lo había ordenado
a los doce, no insistir en estar donde no fueran bienvenidos. “En
cualquier ciudad donde entrareis, y no os recibieren—les dijo,—
saliendo por sus calles decid: Aun el polvo que se nos ha pegado de
vuestra ciudad a nuestros pies, sacudimos en vosotros: esto empero
sabed, que el reino de los cielos se ha llegado a vosotros.” No debían
hacer esto por resentimiento o porque se hubiese herido su dignidad,
sino para mostrar cuán grave es rechazar el mensaje del Señor o a
sus mensajeros. Rechazar a los siervos del Señor es rechazar a Cristo
mismo.
“Y os digo—añadió Jesús—que los de Sodoma tendrán más
remisión aquel día, que aquella ciudad.” Y recordó los pueblos de
Galilea donde había cumplido la mayor parte de su ministerio. Con
acento de profunda tristeza exclamó: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de
ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón hubieran sido hechas las
maravillas que se han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados
en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. Por tanto, Tiro y Sidón
tendrán más remisión que vosotras en el juicio. Y tú, Capernaúm, que
hasta los cielos estás levantada, hasta los infiernos serás abajada.”
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Las más ricas bendiciones del cielo habían sido ofrecidas gra-
tuitamente a aquellos activos pueblos próximos al mar de Galilea.
Día tras día, el Príncipe de la vida había entrado y salido entre ellos.
La gloria de Dios, que profetas y reyes habían anhelado ver, había
brillado sobre las multitudes que se agolpaban en el camino del
Salvador. Sin embargo, habían rechazado el Don celestial.
Con gran ostentación de prudencia, los rabinos habían amonesta-
do al pueblo contra la aceptación de las nuevas doctrinas enseñadas
por este nuevo maestro; porque sus teorías y prácticas contradecían
las enseñanzas de los padres. El pueblo dió crédito a lo que enseña-