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El Deseado de Todas las Gentes
su rebelión. Contempló la obra del mal terminada para siempre, y la
paz de Dios llenando el cielo y la tierra.
En lo venidero, los seguidores de Cristo habían de mirar a Sa-
tanás como a un enemigo vencido. En la cruz, Cristo iba a ganar la
victoria para ellos; deseaba que se apropiasen de esa victoria. “He
aquí—dijo él—os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre
los escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.”
El poder omnipotente del Espíritu Santo es la defensa de toda
alma contrita. Cristo no permitirá que pase bajo el dominio del
enemigo quien haya pedido su protección con fe y arrepentimiento.
El Salvador está junto a los suyos que son tentados y probados.
Con él no puede haber fracaso, pérdida, imposibilidad o derrota;
podemos hacer todas las cosas mediante Aquel que nos fortalece.
Cuando vengan las tentaciones y las pruebas, no esperéis arreglar
todas las dificultades, sino mirad a Jesús, vuestro ayudador.
Hay cristianos que piensan y hablan demasiado del poder de
Satanás. Piensan en su adversario, oran acerca de él, hablan de él
y parece agrandarse más y más en su imaginación. Es verdad que
Satanás es un ser fuerte; pero, gracias a Dios, tenemos un Salvador
poderoso que arrojó del cielo al maligno. Satanás se goza cuando
engrandecemos su poder. ¿Por qué no hablamos de Jesús? ¿Por qué
no magnificamos su poder y su amor?
El arco iris de la promesa que circuye el trono de lo alto es un
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testimonio eterno de que “de tal manera amó Dios al mundo, que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.
Atestigua al universo que
nunca abandonará Dios a su pueblo en la lucha contra el mal. Es una
garantía para nosotros de que contaremos con fuerza y protección
mientras dure el trono.
Jesús añadió: “Mas no os gocéis de esto, que los espíritus se
os sujetan; antes gozaos de que vuestros nombres están escritos en
los cielos.” No os gocéis por el hecho de que poseéis poder, no sea
que perdáis de vista vuestra dependencia de Dios. Tened cuidado,
no sea que os creáis suficientes y obréis por vuestra propia fuerza,
en lugar de hacerlo por el espíritu y la fuerza de vuestro Señor. El
yo está siempre listo para atribuirse el mérito por cualquier éxito
alcanzado. Se lisonjea y exalta al yo, y no se graba en otras mentes
la verdad de que Dios es todo y en todos. El apóstol Pablo dice: