El último viaje desde Galilea
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“Porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso.
Cuando nos
percatamos de nuestra debilidad, aprendemos a no depender de un
poder inherente. Nada puede posesionarse tan fuertemente del cora-
zón como el sentimiento permanente de nuestra responsabilidad ante
Dios. Nada alcanza tan plenamente a los motivos más profundos de
la conducta como la sensación del amor perdonador de Cristo. Debe-
mos ponernos en comunión con Dios; entonces seremos dotados de
su Espíritu Santo, el cual nos capacita para relacionarnos con nues-
tros semejantes. Por lo tanto, gozaos de que mediante Cristo habéis
sido puestos en comunión con Dios, como miembros de la familia
celestial. Mientras miréis más arriba que vosotros mismos, tendréis
un sentimiento continuo de la flaqueza de la humanidad. Cuanto
menos apreciéis el yo, más clara y plena será vuestra comprensión
de la excelencia de vuestro Salvador. Cuanto más estrechamente os
relacionéis con la fuente de luz y poder, mayor luz brillará sobre vo-
sotros y mayor poder tendréis para trabajar por Dios. Gozaos porque
sois uno con Dios, uno con Cristo y con toda la familia del cielo.
Mientras los setenta escuchaban las palabras de Cristo, el Es-
píritu Santo impresionaba sus mentes con las realidades vivientes
y escribía la verdad en las tablas del alma. Aunque los cercaban
multitudes, estaban como a solas con Dios.
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Conociendo que ellos habían sido dominados por la inspiración
de la hora, “Jesús se alegró en espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre,
Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios
y entendidos, y las has revelado a los pequeños: así, Padre, porque
así te agradó. Todas las cosas me son entregadas de mi Padre: y
nadie sabe quién sea el Hijo sino el Padre; ni quién sea el Padre, sino
el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere revelar.”
Los hombres honrados por el mundo, los así llamados grandes y
sabios, con su alardeada sabiduría, no podían comprender el carácter
de Cristo. Le juzgaban por la apariencia exterior, por la humillación
que le cupo como ser humano. Pero a los pescadores y publicanos les
había sido dado ver al Invisible. Aun los discípulos no podían com-
prender todo lo que Jesús deseaba revelarles; pero a veces, cuando
se entregaban al poder del Espíritu Santo, se iluminaban sus mentes.
Comprendían que el Dios poderoso, revestido de humanidad, estaba
entre ellos. Jesús se regocijó porque, aunque los sabios y prudentes
no tenían este conocimiento, había sido revelado a aquellos hombres