Página 532 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Con frecuencia le habían oído declarar que no había venido para
condenar al mundo, sino para que el mundo pudiese ser salvo por
él. Recordaban sus palabras: “El Hijo del hombre no ha venido
para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.
Había
realizado sus obras maravillosas para restaurar, nunca para destruir.
Los discípulos le habían conocido solamente como el Restaurador, el
Sanador. Este acto era único. ¿Cuál era su propósito? se preguntaban.
Dios “es amador de misericordia.” “Vivo yo, dice el Señor Jeho-
vá, que no quiero la muerte del impío.
Para él la obra de destrucción
y condenación es una “extraña obra.
Pero, con misericordia y amor,
alza el velo de lo futuro y revela a los hombres los resultados de una
conducta pecaminosa.
La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos.
Ese árbol estéril, que desplegaba su follaje ostentoso a la vista de
Cristo, era un símbolo de la nación judía. El Salvador deseaba pre-
sentar claramente a sus discípulos la causa y la certidumbre de la
suerte de Israel. Con este propósito invistió al árbol con cualidades
morales y lo hizo exponente de la verdad divina. Los judíos se dis-
tinguían de todas las demás naciones porque profesaban obedecer a
Dios. Habían sido favorecidos especialmente por él, y aseveraban
tener más justicia que los demás pueblos. Pero estaban corrompidos
por el amor del mundo y la codicia de las ganancias. Se jactaban
de su conocimiento, pero ignoraban los requerimientos de Dios y
estaban llenos de hipocresía. Como el árbol estéril, extendían sus
ramas ostentosas, de apariencia exuberante y hermosas a la vista,
pero no daban sino hojas. La religión judía, con su templo mag-
nífico, sus altares sagrados, sus sacerdotes mitrados y ceremonias
impresionantes, era hermosa en su apariencia externa, pero carente
de humildad, amor y benevolencia.
Ningún árbol del huerto tenía fruta, pero los árboles que no
tenían hojas no despertaban expectativa ni defraudaban esperanzas.
Estos árboles representaban a los gentiles. Estaban tan desprovistos
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de piedad como los judíos; pero no profesaban servir a Dios. No
aseveraban jactanciosamente ser buenos. Estaban ciegos respecto
de las obras y los caminos de Dios. Para ellos no había llegado
aún el tiempo de los frutos. Estaban esperando todavía el día que
les había de traer luz y esperanza. Los judíos, que habían recibido
mayores bendiciones de Dios, eran responsables por el abuso que