Página 610 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
mirada, ni un pensamiento de contrición escapa a su atención. El
aguarda al arrepentido y contrito de corazón. Todas las cosas están
listas para la recepción de aquella alma. El que lavó los pies de Judas
anhela lavar de cada corazón la mancha del pecado.
Nadie debe excluirse de la comunión porque esté presente alguna
persona indigna. Cada discípulo está llamado a participar pública-
mente de ella y dar así testimonio de que acepta a Cristo como
Salvador personal. Es en estas ocasiones designadas por él mismo
cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece por su pre-
sencia. Corazones y manos indignos pueden administrar el rito; sin
embargo Cristo está allí para ministrar a sus hijos. Todos los que
vienen con su fe fija en él serán grandemente bendecidos. Todos los
que descuidan estos momentos de privilegio divino sufrirán una pér-
dida. Acerca de ellos se puede decir con acierto: “No estáis limpios
todos.”
Al participar con sus discípulos del pan y del vino, Cristo se com-
prometió como su Redentor. Les confió el nuevo pacto, por medio
del cual todos los que le reciben llegan a ser hijos de Dios, cohe-
rederos con Cristo. Por este pacto, venía a ser suya toda bendición
que el cielo podía conceder para esta vida y la venidera. Este pacto
había de ser ratificado por la sangre de Cristo. La administración del
sacramento había de recordar a los discípulos el sacrificio infinito
hecho por cada uno de ellos como parte del gran conjunto de la
humanidad caída.
Pero el servicio de la comunión no había de ser una ocasión de
tristeza. Tal no era su propósito. Mientras los discípulos del Señor
se reunen alrededor de su mesa, no han de recordar y lamentar sus
faltas. No han de espaciarse en su experiencia religiosa pasada, haya
sido ésta elevadora o deprimente. No han de recordar las divergen-
cias existentes entre ellos y sus hermanos. El rito preparatorio ha
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abarcado todo esto. El examen propio, la confesión del pecado, la
reconciliación de las divergencias, todo esto se ha hecho. Ahora han
venido para encontrarse con Cristo. No han de permanecer en la
sombra de la cruz, sino en su luz salvadora. Han de abrir el alma a los
brillantes rayos del Sol de justicia. Con corazones purificados por la
preciosísima sangre de Cristo, en plena conciencia de su presencia,
aunque invisible, han de oír sus palabras: “La paz os dejo, mi paz os
doy: no como el mundo la da, yo os la doy.