“Paz a vosotros”
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con los que hacen mal. Amonestad a toda alma que está en peligro.
No dejéis que nadie se engañe. Llamad al pecado por su nombre.
Declarad lo que Dios ha dicho respecto de la mentira, la violación
del sábado, el robo, la idolatría y todo otro mal: “Los que hacen tales
cosas no heredarán el reino de Dios.
Si persisten en el pecado, el
juicio que habéis declarado por la Palabra de Dios es pronunciado
sobre ellos en el cielo. Al elegir pecar, niegan a Cristo; la iglesia
debe mostrar que no sanciona sus acciones, o ella misma deshonra
a su Señor. Debe decir acerca del pecado lo que Dios dice de él.
Debe tratar con él como Dios lo indica, y su acción queda ratificada
en el cielo. El que desprecia la autoridad de la iglesia desprecia la
autoridad de Cristo mismo.
Pero el cuadro tiene un aspecto más halagüeño. “A los que
remitiereis los pecados, les son remitidos.” Dad el mayor relieve a
este pensamiento. Al trabajar por los que yerran, dirigid todo ojo a
Cristo. Tengan los pastores tierno cuidado por el rebaño de la dehesa
del Señor. Hablen a los que yerran de la misericordia perdonadora
del Salvador. Alienten al pecador a arrepentirse y a creer en Aquel
que puede perdonarle. Declaren, sobre la autoridad de la Palabra de
Dios: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos
perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.
A todos
los que se arrepienten se les asegura: “El tendrá misericordia de
nosotros; él sujetará nuestras iniquidades, y echará en los profundos
de la mar todos nuestros pecados.
Sea el arrepentimiento del pecador aceptado por la iglesia con
corazón agradecido. Condúzcase al arrepentido de las tinieblas de la
incredulidad a la luz de la fe y de la justicia. Colóquese su mano tem-
blorosa en la mano amante de Jesús. Una remisión tal es ratificada
en el cielo.
Únicamente en este sentido tiene la iglesia poder para absolver
al pecador. La remisión de los pecados puede obtenerse únicamente
por los méritos de Cristo. A ningún hombre, a ningún cuerpo de
hombres, es dado el poder de librar al alma de la culpabilidad. Cristo
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encargó a sus discípulos que predicasen la remisión de pecados en
su nombre entre todas las naciones; pero ellos mismos no fueron
dotados de poder para quitar una sola mancha de pecado. El nombre
de Jesús es el único nombre “debajo del cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos.