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La Educación
y estaba comprendido en la jurisdicción de la ley de Dios. Hasta en
la provisión de alimento, Dios buscó su mayor bien. El maná con
que los alimentaba en el desierto era de tal naturaleza que aumentaba
su fuerza física, mental y moral. Aunque tantos se rebelaron contra
la sobriedad de ese régimen alimentario, y desearon volver a los días
cuando, según decían, “nos sentábamos a las ollas de carne, cuando
comíamos pan hasta saciarnos
la sabiduría de la elección de Dios
para ellos se vindicó de un modo que no pudieron refutar. A pesar
de las penurias de la vida del desierto, no había una persona débil
en todas las tribus.
En todos los viajes debía ir a la cabeza del pueblo el arca que
contenía la ley de Dios. El lugar para acampar lo señalaba el des-
censo de la columna de nube. Mientras esta descansaba sobre el
tabernáculo, permanecían en el lugar. Cuando se levantaba, reanuda-
ban la marcha. Tanto cuando hacían alto como cuando partían, se
hacía una solemne invocación. “Cuando el Arca se movía, Moisés
decía: “¡Levántate, Jehová! ¡Que sean dispersados tus enemigos”. Y
cuando ella se detenía, decía: “¡Descansa, Jehová, entre los millares
de millares de Israel!”
Mientras el pueblo vagaba por el desierto, el canto era un medio
para grabar en sus mentes muchas lecciones preciosas. Cuando
fueron librados del ejército del faraón, toda la hueste de Israel se
unió en un canto de triunfo. Por el desierto y el mar resonaron
a lo lejos las estrofas de júbilo y en las montañas repercutieron
los acentos de alabanza: “¡Cantad a Jehová, porque se ha cubierto
de gloria
Con frecuencia se repetía durante el viaje este canto
que animaba los corazones y encendía la fe de los peregrinos. Por
indicación divina se expresaban también los mandamientos dados
desde el Sinaí, con las promesas del favor de Dios y el relato de los
milagros que hizo para librarlos, en cantos acompañados de música
instrumental, a cuyo compás marchaba el pueblo mientras unía sus
voces en alabanza.
De ese modo se apartaban sus pensamientos de las pruebas y
dificultades del camino, se calmaba el espíritu inquieto y turbulento,
se inculcaban en la memoria los principios de la verdad, y la fe se
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fortalecía. La acción en concierto servía para enseñar el orden y la
unidad, y el pueblo se ponía en más íntima comunión con Dios y
con sus semejantes.