Página 124 - El Hogar Cristiano (2007)

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El Hogar Cristiano
las cuales piensan disfrutar. Encuentran que sus posesiones no les
proporcionan la felicidad que habían esperado obtener de ellas. Esta
rutina sin fin de trabajos, este incesante anhelo de embellecer la casa
para que las visitas y los extraños la admiren, no compensan jamás
por el tiempo y los recursos así gastados. Equivalen a colocarse
sobre la cerviz un gravoso yugo de servidumbre
Dos visitas en contraste
—En algunas familias hay demasiado
que hacer. El aseo y el orden son esenciales para la comodidad, pero
estas virtudes no deben llevarse al extremo de transformar la vida
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en un ciclo de incesante trabajo penoso ni hacer desdichados a los
habitantes de la casa. En las viviendas de algunos a quienes estima-
mos mucho, existe una rígida precisión en el arreglo de los muebles
y pertenencias que resulta tan desagradable como lo sería la falta de
orden. La aflictiva dignidad que pesa sobre toda la casa impide que
se encuentre allí el reposo que uno espera en un verdadero hogar.
Cuando se hace una breve visita a amigos queridos no es agrada-
ble ver la escoba y el trapo de sacar el polvo en constante requisición
ni comprobar que el tiempo que uno esperaba pasar placenteramente
con los amigos es dedicado por ellos a hacer una limpieza general
o a mirar en los rincones en busca de una telaraña o una oculta
partícula de polvo. Aun cuando esto sea hecho por respeto a nuestra
presencia en la casa, sentimos la dolorosa convicción de que nuestra
compañía tiene para nuestros amigos menos importancia que sus
ideas exageradas relativas a la limpieza.
En contraste directo con hogares tales se destaca una casa que
visitamos durante el verano pasado [1876]. Las pocas horas que
pasamos allí no se dedicaron a una labor inútil ni a hacer lo que
podría haberse hecho en algún otro momento, sino que se emplearon
en algo placentero y provechoso, que proporcionaba descanso tanto
a la mente como al cuerpo. La casa era un modelo de comodidad,
aunque no había muebles carísimos. Las habitaciones tenían buena
luz y ventilación, ... lo cual tiene más valor real que los adornos más
costosos. Las salas no estaban amuebladas con aquella precisión que
tanto cansa los ojos, pero había una agradable variedad de muebles.
La mayoría de las sillas eran mecedoras o butacas, no todas del
mismo modelo, sino adaptadas a la comodidad de los diferentes
miembros de la familia. Había mecedoras bajas con almohadones, y
había sillas altas de respaldo recto; anchos canapés y otros menores