El primer deber de la madre
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que se descuida es la preparación que debe darse en el hogar. Los
padres, especialmente las madres, no comprenden su responsabili-
dad. No tienen paciencia para instruir a los pequeñuelos confiados a
su custodia ni sabiduría para gobernarlos
Es demasiado cierto que las madres no ocupan el puesto al cual
las llama el deber, y no son fieles a su condición de madres. Nada
nos exige Dios que no podamos cumplir con su fuerza, nada que no
sea para nuestro propio bien y el de nuestros hijos
Procuren las madres la ayuda divina
—Si las madres com-
prendiesen la importancia de su misión, pasarían mucho tiempo en
oración secreta, para presentar a sus hijos a Jesús, implorar su bendi-
ción sobre ellos y solicitar sabiduría para cumplir correctamente sus
deberes sagrados. Aproveche la madre toda oportunidad para mo-
delar la disposición y los hábitos de sus hijos. Observe con cuidado
el desarrollo de sus caracteres para reprimir los rasgos demasiado
salientes y estimular aquellos en que sean deficientes. Haga de su
propia vida un ejemplo noble y puro para los seres preciosos que le
han sido confiados.
La madre debe dedicarse a su trabajo con valor y energía, con-
fiando constantemente en que la ayuda divina descansará sobre todos
sus esfuerzos. No debe descansar satisfecha antes de ver en sus hijos
una elevación gradual del carácter, antes que ellos tengan en la vida
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un objeto superior al de procurar tan sólo su propio placer
Es imposible evaluar el poder que ejerce la influencia de una
madre que ora. Ella reconoce a Dios en todos sus caminos. Lleva a
sus hijos ante el trono de gracia y presentándolos a Jesús le suplica
que los bendiga. La influencia de esos ruegos es para aquellos hijos
una “fuente de vida.” Esas oraciones, ofrecidas con fe, son el apoyo
y la fuerza de la madre cristiana. Descuidar el deber de orar con
nuestros hijos es perder una de las mayores bendiciones que están a
nuestro alcance, uno de los mayores auxilios que podamos obtener
en medio de las perplejidades, los cuidados y las cargas de nuestra
vida
El poder de las oraciones de una madre no puede sobreestimarse.
La que se arrodilla al lado de su hijo y de su hija a través de las
vicisitudes de la infancia y de los peligros de la juventud, no sabrá
jamás antes del día del juicio qué influencia ejercieron sus oraciones
sobre la vida de sus hijos. Si ella se relaciona por la fe con el Hijo