El primer deber de la madre
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dedicar todos sus esfuerzos a alcanzarlo. Puede, por falta de tiempo,
desatender muchas cosas en su casa, sin resultados graves; pero no
puede descuidar con impunidad la debida disciplina de sus hijos.
El carácter deficiente que ellos desarrollen publicará la infidelidad
de ella. Los males que ella deje sin corregir, los modales toscos y
rudos, la desobediencia y la falta de respeto, los hábitos de ociosidad
y descuido, reflejarán deshonor sobre la vida de ella y la amargarán.
Madres, el destino de vuestros hijos se halla en gran parte en vuestras
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manos. Si no cumplís vuestro deber, puede ser que los coloquéis en
las filas de Satanás y los hagáis agentes suyos para arruinar otras
almas. O de lo contrario vuestra disciplina fiel y vuestro ejemplo
piadoso pueden conducirlos a Cristo, y ellos a su vez influirán en
otros, y así muchas almas podrán salvarse por vuestro intermedio
Cultiven lo bueno y repriman lo malo
—Los padres han de
cooperar con Dios criando a sus hijos en el amor y temor de él.
No pueden desagradarle más de lo que le desagradan al no educar
correctamente a sus hijos.... Deben velar cuidadosamente sobre las
palabras y acciones de sus pequeñuelos, no sea que el enemigo
adquiera influencia sobre ellos. Es su intenso deseo lograrlo, para
contrarrestar el propósito de Dios. Con bondad, interés y ternura,
los padres han de trabajar en favor de sus hijos, cultivando todo lo
bueno y reprimiendo todo lo malo que se desarrolle en el carácter
de sus pequeñuelos
El gozo de una obra bien hecha
—Los hijos son la herencia del
Señor, y somos responsables ante él por el manejo de su propiedad....
La educación y preparación de sus hijos para que sean cristianos es
el servicio de carácter más elevado que los padres puedan ofrecer a
Dios. Es una obra que demanda un trabajo paciente, y un esfuerzo
diligente y perseverante que dura toda la vida. Al descuidar este
propósito demostramos ser mayordomos desleales....
Trabajen los padres por los suyos, con amor, fe y oración, hasta
que gozosamente puedan presentarse a Dios diciendo: “He aquí, yo
y los hijos que me dió Jehová.
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The Signs of the Times, 25 de septiembre de 1901
.
The Review and Herald, 23 de abril de 1889
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Manuscrito 12, 1898
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The Signs of the Times, 11 de marzo de 1886
.
The Signs of the Times, 9 de febrero de 1882
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