La familia del pastor
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Por grandes que sean los males debidos a la infidelidad paternal
en cualquier circunstancia, son diez veces mayores cuando existen
en las familias de quienes fueron designados maestros del pueblo.
Cuando éstos no gobiernan sus propias casas, desvían por su mal
ejemplo a muchos del buen camino. Su culpabilidad es tanto mayor
que la de los demás cuanto mayor es la responsabilidad de su cargo
Los mejores jueces de su piedad
—Lo que revela nuestro ca-
rácter verdadero no es tanto la religión del púlpito como la de la
familia. La esposa del ministro, sus hijos y los que son empleados
para ayudar en su familia son los mejor preparados para juzgar la
piedad de él. Un hombre bueno será una bendición para su familia.
Su religión hará mejores a su esposa, sus hijos y sus ayudantes.
Hermanos, llevad a Cristo al seno de la familia, llevadle al púl-
pito, llevadle doquiera vayáis. Entonces no necesitaréis insistir en
que los demás deben apreciar el ministerio, porque llevaréis las cre-
denciales celestiales, y éstas probarán a todos que sois siervos de
Cristo
¿Le ayuda o le estorba su esposa?
—Cuando un hombre acepta
las responsabilidades de ministro, asevera ser portavoz de Dios,
encargado de recibir las palabras de la boca de Dios y de transmitirlas
al pueblo. ¡Cuán cerca del gran Pastor debe mantenerse entonces!
¡Cuán humildemente debe andar delante de Dios, mientras mantiene
oculta su propia personalidad y ensalza a Cristo! ¡Y cuán importante
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viene a ser que el carácter de su esposa concuerde con el modelo
dado en la Biblia, y que sus hijos sean mantenidos con toda seriedad
en sujeción.
La esposa de un ministro del Evangelio puede ser una gran
auxiliadora y bendición para su esposo, o un estorbo para él en su
trabajo. Depende mucho de la esposa que el ministro se eleve día a
día en su esfera de utilidad, o que se hunda al nivel ordinario
Vi que las esposas de los ministros deben ayudar a sus esposos
en sus labores, y cuidar muchísimo la influencia que ejercen; porque
hay quienes las observan y esperan más de ellas que de otros. Su
indumentaria, su vida y conversación debieran ser un ejemplo que
tenga sabor de vida y no de muerte. Vi que deben asumir una actitud
humilde y mansa, aunque digna, sin dedicar su conversación a cosas
que no tienden a dirigir la mente hacia el cielo. Su gran pregunta
debe ser: “¿Cómo puedo salvar mi propia alma, y ser el medio de