Página 93 - El Hogar Cristiano (2007)

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Obligaciones mutuas
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podían mantenerse sólo mediante la sumisión del uno o del otro.
Eva había sido la primera en pecar, había caído en tentación por ha-
berse separado de su compañero, contrariando la instrucción divina.
Adán pecó a sus instancias, y ahora ella fué puesta en sujeción a
su marido. Si los principios prescritos por la ley de Dios hubieran
sido apreciados por la humanidad caída, esta sentencia, aunque era
consecuencia del pecado, hubiera resultado en bendición para ellos;
pero el abuso de parte del hombre de la supremacía que se le dió, a
menudo ha hecho muy amarga la suerte de la mujer y ha convertido
su vida en una carga.
Junto a su esposo, Eva había sido perfectamente feliz en su
hogar edénico; pero, a semejanza de las inquietas Evas modernas, se
lisonjeaba con ascender a una esfera superior a la que Dios le había
designado. En su afán de subir más allá de su posición original,
descendió a un nivel más bajo. Resultado similar alcanzarán las
mujeres que no están dispuestas a cumplir alegremente los deberes
de su vida de acuerdo al plan de Dios
Esposas, someteos; maridos, amad
—A menudo se pregunta:
“¿Debe una esposa no tener voluntad propia?” La Biblia dice clara-
mente que el esposo es el jefe de la familia. “Casadas, estad sujetas
a vuestros maridos.” Si la orden terminase así, podríamos decir que
nada de envidiable tiene la posición de la esposa; es muy dura y
penosa en muchos casos, y sería mejor que se realizasen menos casa-
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mientos. Muchos maridos no leen más allá que “estad sujetas,” pero
debemos leer la conclusión de la orden, que es: “Como conviene en
el Señor.”
Dios requiere que la esposa recuerde siempre el temor y la gloria
de Dios. La sumisión completa que debe hacer es al Señor Jesucristo,
quien la compró como hija suya con el precio infinito de su vida.
Dios le dió a ella una conciencia, que no puede violar con impunidad.
Su individualidad no puede desaparecer en la de su marido, porque
ha sido comprada por Cristo. Es un error imaginarse que en todo
debe hacer con ciega devoción exactamente como dice su esposo,
cuando sabe que al obrar así han de sufrir perjuicio su cuerpo y su
espíritu, que han sido redimidos de la esclavitud satánica. Uno hay
que supera al marido para la esposa; es su Redentor, y la sumisión
que debe rendir a su esposo debe ser, según Dios lo indicó, “como
conviene en el Señor.”