Página 172 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
hermana, no piense que la educación y la inteligencia transforman
los deberes comunes y ordinarios de la vida en algo desagradable,
despreciable y aburrido. Aun las labores domésticas más comunes
son dignas y elevadoras.
La religión siempre imparte al que la posee el poder controlador
del dominio propio, y el equilibrio en el carácter, el intelecto y las
emociones. Con su divina autoridad, tiene el poder de persuadir y
comandar todos los afectos y habilidades. La religión—¡Oh, cómo
me gustaría que todos lo entendieran!—nos coloca frente a solem-
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nes obligaciones. Cuando nos conectamos con Cristo, prometemos
solemnemente caminar donde él caminó. Ya sea que comamos, beba-
mos o hagamos cualquier otra cosa, debemos hacerlo olvidándonos
del yo, y teniendo en vista la gloria de Dios. Cada una de nuestras
acciones influye sobre otros; por lo tanto cada pensamiento y cada
motivo debe ser puesto bajo el control del Espíritu de Dios.
Nuestras peculiaridades e ideas propias son plenamente humanas
y no debemos tomarlas con liviandad o en broma. El yo debe ser
crucificado, no de vez en cuando, sino diariamente. Y la vida física,
mental y espiritual debe ser subordinada a la voluntad de Dios. El
blanco y propósito de la vida debe ser la gloria de Dios y el per-
feccionamiento de un carácter cristiano. Los seguidores de Cristo
deben imitarlo a él; Cristo es el modelo a seguir, y no hay excusa
que Dios pueda aceptar para no hacerlo. Por más que sea contrario
a nuestra naturaleza, a nuestras inclinaciones y a nuestros deseos
egoístas, debemos buscar la similitud con Cristo; no con nuestro pa-
dre o nuestra madre, sino con Cristo. Escondidos en Cristo; vestidos
de la justicia de Cristo; imbuidos del Espíritu de Cristo.
Todas las peculiaridades que hemos recibido por herencia, o
por complacencia propia, o por una educación equivocada, deben
ser resistidas y vencidas. La estima propia y el orgullo deben ser
sacrificados, destruidos. No podemos entrar en compromisos con el
enemigo de toda justicia.
Este conflicto será duro y agotador, pero Jesús es nuestro ayuda-
dor; no importa cuán severo sea el proceso, en él y por él podemos
llegar a ser vencedores. Y Dios no le requiere a usted menos que
esto. Cada uno de sus hijos debe llegar a ser como Jesús, que no
buscaba agradarse a sí mismo. Para estar frente al Hijo del hombre,
tendremos que haber alcanzado la simetría de carácter. Y la gracia