Página 189 - Hijas de Dios (2008)

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Matrimonio, hogar y familia
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Querida Hna. Wessels: Estoy profundamente interesada en usted,
en su esposo y en sus hijos. Estoy agradecida a mi Padre celestial
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que le ha dado gracia para mantener su fe en circunstancias difíciles.
Ni por un momento desconfíe de su Padre celestial; que su corazón
confíe en él. Ponga su confianza en él. Su mano la sostendrá y si
usted mora en Cristo, se fortalecerá cada día más. Conociéndolo
más a él, sabrá que sus bendiciones son nuevas cada mañana.
El conocimiento de la verdad está relacionado con la posesión
de esa fe que obra por amor y purifica el alma. Si continúa confiando
en Dios, comprenderá que sus más preciosas bendiciones la acom-
pañarán en tiempos de necesidad. El Señor ve y sabe cuánto necesita
de su gracia; puede depender de él. Su mediación está asegurada
en la promesa de su pacto eterno: “Yo honró a los que me honran”,
dice el Señor. El Señor recompensará su fe sencilla y su confianza
en él. Nunca necesita desconfiar del Señor; usted ya ha probado sus
promesas, y ha sentido su mano que la sostiene. El Señor siempre
escuchará sus oraciones.—
Carta 82, 1898
.
Invitad al espíritu de Dios para resolver las diferencias
Lo que sigue es parte de una larga carta dirigida a Mary Nelson, en
marzo de 1902. Elena G. de White trató de aconsejar al matrimonio
Nelson a fin de que pudieran unirse otra vez como familia
.
Sus hijos necesitan un padre, usted necesita un esposo, y su
esposo necesita una esposa. Usted necesita la ayuda de su esposo, y
ambos necesitan la ayuda del Salvador. Ambos necesitan cultivar la
fe. Los niños necesitan un padre que sepa llevar el yugo de Cristo;
un padre que someta su voluntad a la voluntad de Dios para ser
modelado por la mano divina.
Mi hermano y mi hermana, por algún tiempo no habéis estado
viviendo juntos. No hubierais tenido que hacerlo si ambos hubieseis
cultivado la paciencia, la bondad y la tolerancia que siempre debiera
existir entre los esposos. Ninguno de vosotros debiera imponer su
voluntad y llevar adelante sus propias ideas y planes sin medir las
consecuencias. Ninguno de vosotros debiera hacer las cosas tal como
le plazca. Que la influencia tierna y subyugante del Espíritu de Dios
trabaje en vuestros corazones y los capacite para entrenar a vuestros