Página 20 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
sufriente. Se necesitan mujeres que no sean altaneras sino de mane-
ras suaves y gentiles, de corazón compasivo, que puedan actuar con
la mansedumbre de Cristo doquiera se las necesite para la salvación
de las almas. Todos aquellos que hemos sido hechos participantes
de los beneficios celestiales, debiéramos estar fervientemente ansio-
sos por compartir las evidencias de la verdad con aquellos que no
tienen los privilegios que nosotros gozamos. Y no solamente desear
que ellos tengan ese beneficio, sino hacer nuestra parte para que lo
logren.
Aquellos que lleguen a ser colaboradores con Dios, crecerán
en poder moral y espiritual. En cambio, aquellos que dediquen su
tiempo y energías a servirse a sí mismos, se marchitarán, empeque-
ñecerán y morirán. Todos, las mujeres cristianas, los jóvenes, los
adultos y los ancianos, pueden tener una parte en la obra de Dios
para este tiempo. Y al participar en esta obra en la medida en que
las oportunidades se presenten, obtendrán una experiencia del más
alto valor para sí mismos. Al olvidarse del yo, crecerán en la gracia.
Al entrenar la mente en esta dirección, aprenderán a llevar cargas
para Jesús, y comprenderán mejor la bendición del servicio. Y muy
pronto vendrá el tiempo cuando “los que sembraron con lágrimas
con regocijo segarán”.
Salmos 126:5
.—
The Signs of the Times, 16
de septiembre de 1886
.
El Señor tiene una obra para las mujeres así como para los
hombres. Ellas pueden ocupar sus lugares en la obra del Señor en
esta crisis, y él puede obrar por su medio. Si están imbuidas del
sentido de su deber, y actúan bajo la influencia del Espíritu Santo,
tendrán justamente el dominio propio que se necesita para este
tiempo. El Señor reflejará la luz de su rostro sobre estas mujeres
abnegadas, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Pueden
hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden
realizar, una obra que alcanza hasta la vida íntima. Pueden llegar
cerca de los corazones de las personas a quienes los hombres no
pueden alcanzar. Se necesita su colaboración.—
The Review and
Herald, 26 de agosto de 1902
.
Escuchamos mucho acerca de la educación de las mujeres y es un
asunto que merece cuidadosa atención. La más alta educación para la
mujer está en cultivar plenamente todos sus talentos y posibilidades.
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El corazón, el espíritu y la mente, tanto como la parte física, deben ser