Página 44 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
mira lo que has de hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro
amo y de toda su casa; pues él es un hombre tan perverso, que no
hay quien pueda hablarle”.
1 Samuel 25:14-17
.
Sin consultar a su marido ni decirle su intención, Abigail hizo
una provisión amplia de abastecimientos y, cargada en asnos, la
envió a David bajo el cuidado de sus siervos, y fue ella misma en
busca de la compañía de David. La encontró en un lugar protegido
de una colina. “Y cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente
del asno, y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó
a tierra; y se echó a sus pies, y dijo: “Señor mío, sobre mí sea el
pecado; mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y
escucha las palabras de tu sierva””.
Vers. 23-24
.
Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si hubiese
hablado a un monarca coronado. Nabal había exclamado desdeño-
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samente: “¿Quién es David?” Pero Abigail lo llamó: “Señor mío”.
Con palabras bondadosas procuró calmar los irritados sentimientos
de él, y le suplicó en favor de su marido. Sin ninguna ostentación ni
orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios, Abigail reveló la
fortaleza de su devoción a su casa; y explicó claramente a David que
la conducta hostil de su marido no había sido premeditada contra él
como una afrenta personal, sino que era simplemente el arrebato de
una naturaleza desgraciada y egoísta.
“Ahora pues, señor mío, vive Jehová, y vive tu alma, que Jehová
te ha impedido el venir a derramar sangre y vengarte por tu propia
mano. Sean, pues, como Nabal tus enemigos, y todos los que procu-
ran mal contra mi señor”.
Vers. 26
. Abigail no atribuyó a sí misma el
razonamiento que desvió a David de su propósito precipitado, sino
que dio a Dios el honor y la alabanza. Luego le ofreció sus ricos
abastecimientos como ofrenda de paz a los hombres de David, y aún
siguió rogando como si ella misma hubiese sido la persona que había
provocado el resentimiento del jefe.—
Historia de los Patriarcas y
Profetas, 722-723 (1890)
.
Aunque Nabal había rehusado ayudar en las necesidades de Da-
vid y sus hombres, esa misma noche realizó una fiesta extravagante
para sí mismo y sus pendencieros amigos. Comieron y bebieron has-
ta que se hundieron en el estupor de la borrachera. Al día siguiente,
cuando se les habían pasado casi todos los efectos de la juerga, su
esposa le contó cuán cerca había estado de la muerte y cómo se