Página 58 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
Frecuentemente Jesús visitaba el hogar de María, Mar-
ta y su hermano Lázaro. Marta se preocupaba de los
cuidados de la casa, mientras María buscaba primera-
mente escuchar a Jesús
.
A menudo Jesús buscaba el descanso que su naturaleza humana
requería, en la casa de Lázaro en Betania. En su primera visita, él y
sus discípulos habían llegado después de una agotadora jornada a
pie de Jericó a Jerusalén. Se habían detenido como huéspedes en la
tranquila residencia de Lázaro, y sus hermanas Marta y María los
habían atendido.
Aunque estaba fatigado, Jesús continuó con la instrucción que
había estado dando a sus discípulos en el camino, acerca de las
calificaciones necesarias para el reino de los cielos. La paz de Cristo
descansó sobre el hogar de estos hermanos. Marta estaba ansiosa por
brindar toda la comodidad a sus huéspedes, mientras María, arrobada
por las palabras que Jesús dirigía a sus discípulos, consideró que era
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una oportunidad dorada la que tenía de conocer mejor la doctrina
de Cristo. Entrando silenciosamente a la habitación en la que Cristo
estaba, se sentó silenciosamente a sus pies y absorbía con fervor
cada palabra que salía de sus labios.—
The Spirit of Prophecy 2:358
(1877)
.
Mientras Cristo daba sus lecciones maravillosas, María se sen-
taba a sus pies, escuchándole con reverencia y devoción. En una
ocasión, Marta, atosigada por el afán de preparar la comida, apeló a
Cristo diciendo: “Señor, ¿No te da cuidado que mi hermana me deje
servir sola? Dile, pues, que me ayude”.
Lucas 10:40
. Esto sucedió
en ocasión de la primera visita de Cristo a Betania. El Salvador y
sus discípulos acababan de hacer un viaje penoso a pie desde Jericó.
Marta anhelaba proveer su comodidad, y en su ansiedad se olvidó
de la cortesía debida a su huésped. Jesús le contestó con palabras
llenas de mansedumbre y paciencia: “Marta, Marta, afanada y turba-
da estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María
ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.
Vers. 41-42
.
María atesoraba en su mente las preciosas palabras que brotaban de
los labios del Salvador, palabras que eran más preciosas para ella
que las joyas más costosas de la tierra.