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Hijas de Dios
ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. Jesús estimuló
su fe al declararle: “Tu hermano resucitará”.
Vers. 21-23
[...].
Cuando Jesús le preguntó a Marta: “¿Crees esto?”, ella le res-
pondió con una confesión de fe: “Yo he creído que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. Con esto Marta declaró
su fe en Jesús como el Mesías, y reafirmó su creencia de que él
podía realizar todo aquello que se propusiera. Jesús le solicitó que
llamase a Marta y a los amigos que habían llegado para consolar a
estas afligidas mujeres. María llegó y se postró a sus pies, diciéndole
también: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi her-
mano”. Al ver toda esta angustia, Jesús “se estremeció en espíritu y
se conmovió, y dijo: “¿Dónde lo pusisteis?” Le dijeron: “Señor, ven
y ve””.
Vers. 26-34
. Entonces, todos juntos se dirigieron a la tumba
de Lázaro, que era una cueva con una piedra puesta encima.—
The
Spirit of Prophecy 2:362-363 (1877)
.
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su Padre. Siempre se
esmeraba por hacer evidente que no realizaba su obra independien-
temente; era por la fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo
deseaba que todos conociesen su relación con su Padre. “Padre”,
dijo, “gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me
oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para
que crean que tú me has enviado”.
Vers. 41-42
. En esta ocasión, los
discípulos y la gente iban a recibir la evidencia más convincente de
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la relación que existía entre Cristo y Dios. Se les había de demostrar
que el aserto de Cristo no era una mentira.
“Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: “¡Lázaro, ven fue-
ra!””. Su voz, clara y penetrante, entra en los oídos del muerto. La
divinidad fulgura a través de la humanidad. En su rostro, iluminado
por la gloria de Dios, la gente ve la seguridad de su poder. Cada ojo
está fijo en la entrada de la cueva. Cada oído está atento al menor
sonido. Con interés intenso y doloroso, aguardan todos la prueba de
la divinidad de Cristo, la evidencia que ha de comprobar su aserto
de que es Hijo de Dios, o extinguir esa esperanza para siempre. Hay
agitación en la tumba silenciosa, y el que estaba muerto se pone de
pie a la puerta del sepulcro. Sus movimientos son trabados por el
sudario en que fuera puesto, y Cristo dice a los espectadores asom-
brados: “Desatadlo, y dejadlo ir”. Vuelve a serles demostrado que
el obrero humano ha de cooperar con Dios. La humanidad ha de