Página 66 - Hijas de Dios (2008)

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Hijas de Dios
presenciado sus obras maravillosas. Esta mujer había oído hablar del
profeta, quien, según se decía, sanaba toda clase de enfermedades.
Al oír hablar de su poder, la esperanza había nacido en su corazón.
Inspirada por su amor maternal, resolvió presentarle el caso de su
hija. Había resuelto llevar su aflicción a Jesús. Él debía sanar a su
hija. Ella había buscado ayuda en los dioses paganos, pero no la
había obtenido. Y a veces se sentía tentada a pensar: ¿Qué puede
hacer por mí este maestro judío? Pero había llegado esta nueva: Sana
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toda clase de enfermedades, sean pobres o ricos los que a él acuden
por auxilio. Y decidió no perder su única esperanza.
Cristo conocía la situación de esta mujer. Él sabía que ella anhe-
laba verlo, y se colocó en su camino. Ayudándola en su aflicción,
él podía dar una representación viva de la lección que quería en-
señar [...]. El pueblo al cual había sido dada toda oportunidad de
comprender la verdad no conocía las necesidades de aquellos que
lo rodeaban. No hacía ningún esfuerzo para ayudar a las almas que
estaban en tinieblas. El muro de separación que el orgullo judío
había erigido impedía hasta a los discípulos sentir compasión del
mundo pagano. Pero las barreras debían ser derribadas.
Cristo no respondió inmediatamente a la petición de la mujer
[...]. Pero aunque Jesús no respondió, la mujer no perdió su fe. Mien-
tras él obraba como si no la hubiese oído, ella lo siguió y continuó
suplicándole [...]. La mujer presentaba su caso con instancia y cre-
ciente fervor, postrándose a los pies de Cristo y clamando: “¡Señor,
socórreme!” [...].
El Salvador está satisfecho. Ha probado su fe en él. Por su trato
con ella, ha demostrado que aquella que Israel había considerado
como paria, no es ya extranjera sino hija en la familia de Dios. Y
como hija, es su privilegio participar de los dones del Padre. Cristo
le concede ahora lo que le pedía, y concluye la lección para los discí-
pulos. Volviéndose hacia ella con una mirada de compasión y amor,
dice: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”.
Vers. 28
. Desde aquella hora su hija quedó sana. El demonio no la
atormentó más. La mujer se fue, reconociendo a su Salvador y feliz
por haber obtenido lo que había pedido.—
El Deseado de Todas las
Gentes, 365-368 (1898)
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