La mujer en la enseñanza
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comunidad que nos rodea necesita ser enseñada en cuanto a cómo
cocinar y cómo cuidar de los enfermos. Al hacer esta tarea, estamos
practicando la verdad tal como es en Jesús. Tanto los maestros como
los estudiantes debieran aprender a realizar esta obra [...].
Los maestros deben acudir a la fuente más profunda e importante
de poder moral y espiritual; deben pedir al Señor tener la mente
de Cristo. Entonces, cada caso que necesite solidaridad y ayuda,
tanto física como espiritual, recibirá su atención. El gran Maestro
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cooperará con todos los esfuerzos que se realicen para ayudar a
la humanidad sufriente. Enséñese a los estudiantes a hacer una
aplicación práctica de las lecciones que han recibido. Cuando sean
testigos de la miseria humana y de la profunda pobreza de aquellos a
quienes buscan ayudar, serán movidos a compasión. Sus corazones
serán subyugados y enternecidos por los principios profundos y
santos de la Palabra de Dios. El gran Médico está listo a cooperar en
beneficio de los sufrientes dando salud al cuerpo y luz y restauración
al alma.
Debemos darle al Señor la posibilidad de realizar su obra; su
gran obra por el alma. Cristo es nuestra suficiencia, y cada uno de
nosotros debe entender cómo la Palabra de Dios se puede cumplir
en nosotros. Cristo estaba en el mundo; ahora estamos nosotros. Si
en este mundo reflejamos la imagen de Cristo en nosotros, también
la reflejaremos en el cielo. Si en este mundo no nos parecemos
a él, tampoco él nos reconocerá como suyos cuando venga en su
gloria y todos los santos ángeles con él. Como maestros, tenemos la
obligación ante Dios de enseñar a nuestros estudiantes a realizar obra
médica misionera. Aquellos que hagan esta obra, tendrán muchas
oportunidades de sembrar exitosamente la simiente de la verdad. El
corazón que está lleno de gratitud a Dios puede orar: “Enséñame,
oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de
mis enemigos” (
Salmos 27:11
), más bien, por causa de los que me
observan.—
Manuscrito 70, 1898
.
Sarah Peck es llamada a enseñar
Sarah Peck fue una de las asistentes más capaces que tuvo Elena G.
de White. Antes de llegar a ser su secretaria, Sarah había enseñado
en la escuela del Sanatorio en California. Tenía la reputación de