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Capítulo 36—Una experiencia viviente
El Señor de la vida y la gloria vistió su divinidad de humanidad
para mostrar al hombre que Dios, mediante el don de Cristo, quiere
unirnos con él. Sin estar en comunión con Dios, a nadie le es posible
ser feliz. El hombre caído ha de aprender que nuestro Padre celestial
no puede estar satisfecho hasta que su amor circunde al pecador
arrepentido, transformado por los méritos del inmaculado Cordero
de Dios.
A este fin tiende la obra de todos los seres celestiales. Tienen
que trabajar, bajo las órdenes de su General, para la restauración de
aquellos que por la transgresión se han separado de su Padre celestial.
Se ha ideado un plan por el cual se revelarán al mundo la maravillosa
gracia y el amor de Cristo. El amor de Dios se revela en el precio
infinito pagado por el Hijo de Dios para el rescate del hombre. Este
glorioso plan de redención es amplio en sus provisiones para salvar al
mundo entero. El hombre pecador y caído puede ser hecho completo
en Jesús mediante el perdón del pecado y la justicia imputada de
Cristo.
El poder de la cruz
Jesucristo tomó la forma humana para poder abarcar con su
brazo humano la raza, mientras se asía con su brazo divino al trono
del Infinito. Plantó su cruz a mitad de camino entre la tierra y el
cielo, y dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a
mí mismo”
La cruz había de ser el centro de atracción.
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Había de hablar a todos los hombres y atraerlos a través del
abismo que el pecado había hecho, para unir al hombre finito con el
Dios infinito. Sólo el poder de la cruz puede separar al hombre de
la fuerte confederación del pecado. Cristo se dio a sí mismo para la
salvación del pecador. Aquellos cuyos pecados son perdonados, que
aman a Jesús, se unirán con él. Llevarán el yugo de Cristo. Este yugo
Juan 12:32
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