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Capítulo 121—La sencillez en el vestir
“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de
adornos de oro o vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en
el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de
grande estima delante de Dios”
El razonamiento humano ha tratado siempre de evadir o de po-
ner a un lado las instrucciones sencillas y directas de la Palabra de
Dios. En todas las épocas, una mayoría de los profesos seguidores
de Cristo ha desatendido esos preceptos que ordenan la abnegación
y la humildad, que requieren modestia y sencillez de conversación,
de conducta y de indumentaria. El resultado ha sido siempre el mis-
mo: un alejamiento de las enseñanzas del Evangelio conduce a la
adopción de las modas, las costumbres y los principios del mundo.
La piedad vital cede su lugar a un formalismo muerto. La presencia
y el poder de Cristo, retirados de esos círculos amadores del mundo,
hallan cabida entre una clase de humildes adoradores que están dis-
puestos a obedecer las enseñanzas de la Santa Palabra. Se ha seguido
esta conducta durante generaciones sucesivas. Se han levantado, una
tras otra, diferentes denominaciones que, abandonando su sencillez,
han perdido, en gran medida, su poder primitivo.
Una trampa para el pueblo de Dios
Cuando vemos el amor a la moda y el lujo entre los que pro-
fesan creer la verdad presente, nos preguntamos con tristeza: ¿No
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aprenderá el pueblo de Dios nada de la historia del pasado? Pocos
entienden sus propios corazones. Los vanos y frívolos amadores
de los placeres pueden decir que son seguidores de Cristo, pero su
manera de vestir y su conversación muestran qué es lo que ocupa la
mente y halaga los afectos. Sus vidas denuncian su amistad con el
mundo, y éste los reclama como suyos.
1 Pedro 3:3, 4
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