Ocultando el yo en Cristo
El Dr. John Cheyne, mientras se desarrollaba hasta alcanzar un
lugar destacado en su profesión, no olvidó sus obligaciones hacia
Dios. Cierta vez, escribió esto a un amigo: “Podría ser que usted
deseara conocer la condición de mi mente. Me siento humillado
hasta el polvo por el pensamiento de que no existe una sola acción
en mi atareada vida que pueda soportar la mirada de un Dios santo.
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Pero cuando reflexiono acerca de la invitación del Redentor: ‘Venid
a mí’ y en que la he aceptado; y además, al ver que mi conciencia
testifica que deseo ardientemente mantener mi voluntad en armonía
con la voluntad de Dios en todo, entonces disfruto de paz y poseo el
reposo prometido por Aquel en quien no se ha hallado engaño”.
Este médico eminente, antes de su fallecimiento ordenó que se
erigiera una columna cerca del lugar donde yacería su cuerpo, en la
cual debían inscribirse estos textos como voces desde la eternidad:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna”. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados,
y yo os haré descansar”. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin
la cual nadie verá al Señor.
Y aunque el Dr. Cheyne procuró de ese modo, aun desde su
tumba, llevar a los pecadores al Salvador y la gloria, ocultó su propio
nombre y no permitió que apareciera en ninguna parte en la columna.
No fue menos cuidadoso al decir a los transeúntes: “El nombre, la
profesión y la edad de quien yace debajo de este lugar, tienen poca
importancia; pero puede ser de la mayor importancia para usted
saber que por la gracia de Dios fue inducido a buscar al Señor Jesús
como el único Salvador de los pecadores y que esta contemplación
de Jesús le llenó el alma de paz”. Dice además: “Ore a Dios; sí,
hágalo, para ser instruido en el evangelio y para tener la seguridad
de que Dios le dará el Espíritu Santo, el único Maestro auténtico
de verdadera sabiduría, para quienes se la pidan”. Este monumento
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