Honorarios exorbitantes
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bajo el ala protectora de su preservación a todo el que hiciera su
voluntad.
No fue por casualidad que los hijos de Israel llegaron en su viaje
a Mara. Antes que dejaran a Egipto, el Señor empezó sus lecciones
de instrucción, para poder guiarlos a ser conscientes de que él era su
Dios, su liberador y su protector. Ellos murmuraron contra Moisés y
contra Dios, pero aún así el Señor buscó mostrarles que los liberaría
de todas sus perplejidades si ellos lo miraban a él. Los peligros que
encontraron y que tuvieron que arrostrar fueron parte del gran plan
de Dios, por medio del cual deseaba probarlos.
“Y llegaron a Mara... Entonces el pueblo murmuró contra Moi-
sés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y
Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se
endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y
dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo
recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guar-
dares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los
egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Aunque
invisible a los ojos humanos, Dios era el líder de los israelitas, su
poderoso sanador. Fue él quien colocó en el árbol las propiedades
que endulzaron las aguas. Así deseó mostrarles que por su poder él
podía curar los males del corazón humano.
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En lugar de Cristo
Cristo es el Gran Médico, pero no solamente del cuerpo, sino
también del alma. Él restaura al hombre a su Dios. Dios permitió que
su Hijo unigénito fuera herido, para que de él fluyeran propiedades
curativas que sanaran todas nuestras enfermedades. Los médicos
deben actuar en lugar de Cristo. Todo médico que ha plantado los
pies sobre la Roca de la eternidad toma del Gran Médico su poder
restaurador. El médico cristiano debe llevar a cabo los planes de
Cristo en forma más decidida.
Cuando Cristo estaba a punto de dejar a sus discípulos, que iban
a representarlo ante el mundo, les dio un nuevo mandamiento. “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os
he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán
todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los