Página 263 - El Ministerio M

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Mantenimiento de una alta norma moral
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las normas y no tener compañerismo con los indisciplinados que
tratan de establecer normas y reglamentos adaptados para tratar los
casos de los desobedientes.
A menos que el sanatorio esté protegido por reglamentos y nor-
mas vigilantes, pronto se convertirá en un semillero de iniquidad.
Hay quienes buscarán entrampar y desviar a las almas, que tienen
un espíritu de injuria, en vez de mostrar respeto hacia los que llevan
la carga y tratan de mantener en alto las normas. Cuanto menos per-
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sonas de esta clase se empleen, más segura y pura será la atmósfera
moral del sanatorio. Siempre hallarán entrada en una institución,
personas cuya influencia será para el mal. Son del tipo que están
continuamente presentando lo amargo como dulce y lo dulce como
amargo. Hay profesos cristianos que pervertirán la conciencia y
anublarán la mente bajo una apariencia de piedad; y los que no ven
ni sienten el peligro ya son los engañados o víctimas de Satanás...
Instrucción concerniente a la asociación
No es tiempo de considerar el matrimonio a la luz de la felicidad.
Es un negocio incierto. El resultado es mucho más miseria que
felicidad; y sin embargo, casarse y darse en casamiento hoy es como
lo fue en los días de Noé.
No parece haber restricción, sino que la pasión y el impulso
tienen un poder controlador, y la juventud parece estar hechizada
con el sentimentalismo del amor enfermizo. Por esta razón las nor-
mas y los reglamentos son altamente esenciales para resguardar a
los que tienen relación con el sanatorio, el colegio y la oficina de
publicaciones; y cualquiera que considere estas restricciones como
innecesarias no tiene discernimiento espiritual, y se convertirá en un
estorbo en vez de una ayuda...
El pecado de la época
La sensualidad es el pecado de la época. Pero la religión de Jesu-
cristo ejercerá los límites del control sobre toda especie de libertad
ilegal; las facultades morales frenarán todo mal pensamiento, pala-
bra y acción. El engaño no se hallará en los labios de un verdadero
cristiano. No le dará cabida ni a un solo pensamiento impuro, ni