Página 270 - El Ministerio M

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Una apelación a ejercer más simpatía
El médico cristiano es un ministro del orden más elevado. Es
un misionero. Los que por medio de su habilidad y fidelidad, de su
esfuerzo dedicado y por la sabiduría proveniente de Dios pueden
aliviar el dolor corporal, se colocan en una relación tal con sus
pacientes que pueden guiarlos al Gran Sanador del alma, quien
puede decir: “Tus pecados te son perdonados”.
Hay que ganar la confianza de los pacientes
Usted es muy reservado. En sus manos está la facultad de atraer
al enfermo a su corazón, y si no obtiene la confianza de sus pacientes
es porque no percibe la gran necesidad de tacto e ingeniosidad que
demanda el servicio al alma y el cuerpo. No justifico a nadie que
engañe al moribundo. De la forma más bondadosa que sea posible,
dígale la verdad en relación a su caso (como creo que lo hace), y
luego diríjalo a Jesús como su única esperanza.
Usted no tiene derecho a encerrarse dentro de sí mismo y no
decir casi nada a los pacientes. No debe hacerlos esperar para co-
municarles el dictamen de su caso personal. No es justo que les
cause sufrimiento mental por una demora innecesaria. Todo caso
debe recibir una atención pronta en su turno y de acuerdo con su
necesidad. La negligencia en este respecto lo ha perjudicado a usted
desde el mismo comienzo de su ejercicio de la medicina. No tiene
que ser así; no debiera ser así.
Se me ha mostrado que este defecto suyo de carácter ha dado
ocasión a que hombres y mujeres lo maldigan... y que casi blasfemen
de Dios. Si yo pensara que esto no se puede corregir, no le escribiría
como lo hago ahora. Su deber como médico cristiano es educar sus
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modales y sus hábitos para el cuarto del enfermo, para ser alegre y
afable, para manifestar una tierna simpatía y para conversar libre-
mente con sus pacientes acerca de los temas esenciales que atañen a
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