Transformados a la semejanza divina
Digo a los jóvenes y a las señoritas que se preparan como en-
fermeros y médicos: “Manteneos cerca de Jesús. Al contemplarlo,
seréis transformados a su semejanza... Podéis tener un conocimiento
teórico de la verdad, pero esto no os salvará. Debéis conocer por
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experiencia cuán pecaminoso es el pecado y cuánto necesitáis a
Jesús como un Salvador personal. Sólo así podéis llegar a ser hijos e
hijas de Dios. Vuestro único mérito es vuestra gran necesidad”.
Los que han sido elegidos para estudiar enfermería en nuestros
sanatorios, deben escogerse en forma sabia. A las señoritas de ca-
rácter superficial no se las debe alentar a empeñarse en esta labor.
Muchos de los jóvenes que se presentan mostrando un gran deseo de
ser educados como médicos no poseen los rasgos de carácter que los
habilitarían para soportar las tentaciones que son tan comunes en el
trabajo de un médico. Sólo se deben aceptar los que posean aptitudes
para ser calificados para la grande y sagrada labor de impartir los
principios de la verdadera reforma de la salud.
Modestia en el comportamiento
Las señoritas vinculadas con nuestras instituciones deben mante-
ner una vigilancia personal estricta. Deben ser reservadas en palabra
y en acción. Al hablar a un hombre casado nunca deben mostrar la
más mínima liviandad. Yo diría a mis hermanas que están relacio-
nadas con nuestros sanatorios: Ceñid la armadura. Cuando habléis
a los hombres, sed amables y atentas, pero nunca imprudentes. So-
bre vosotras hay ojos escrutadores que observan vuestra conducta
y juzgan por ésta si en realidad sois hijas de Dios. Sed modestas.
Absteneos de toda apariencia de mal. Mantened puesta la armadura
celestial; de lo contrario, por amor a Cristo, cortad vuestra relación
con el sanatorio, el lugar donde almas pobres y desvalidas deben
hallar un refugio. Los que están vinculados con estas instituciones
deben velar por ellos mismos. Nunca, por palabra o acción, deben
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