La educación es mejor que la curación milagrosa
Algunos me han preguntado: “¿Por qué tenemos que tener sana-
torios? ¿Por qué no oramos por los enfermos, como lo hizo Cristo,
para que sanen milagrosamente?” He respondido: “Supongamos
que pudiéramos hacer esto en todos los casos; ¿cuántos apreciarían
la curación? ¿Se convertirían en reformadores de la salud los que
fueran sanados, o continuarían siendo destructores de la salud?”
Jesucristo es el Gran Sanador, pero desea que podamos cooperar
con él en la recuperación y el mantenimiento de la salud al vivir en
conformidad con sus leyes. Debe haber una impartición de conoci-
miento acerca de cómo resistir la tentación en unión con la obra de
curación. En los que vienen a nuestros sanatorios, se debe despertar
el sentido de su propia responsabilidad de obrar en armonía con el
Dios de la verdad.
Nosotros no podemos sanar. No podemos cambiar las condicio-
nes enfermizas del cuerpo. Pero es nuestro deber, como médicos
misioneros, como obreros juntamente con Dios, utilizar los medios
que él ha provisto. Entonces oraremos para que Dios bendiga es-
tos medios. Creemos en Dios; creemos en un Dios que escucha y
responde a la oración. Él ha dicho: “Pedid, y se os dará; buscad,
y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.—
The Review and Herald, 5
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diciembre 1907
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