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Notas biográficas de Elena G. de White
Dos horas antes de que empezara el servicio el cuerpo ya estaba
frente a la plataforma. Había guardas de hono
que lo custodiaban,
en tanto que miles pasaban para pagar un tributo a la sierva de Jesús,
que dormía su último sueño. En esa larga procesión de personas,
había hombres y mujeres encorvados por el peso de los años, quienes
en su juventud se habían sentado a los pies de aquella que ahora
descansaba y habían recibido sus enseñanzas. Ahora lloraban su
ausencia de las filas de los obreros en la causa de Dios. Las lágrimas
corrían por las mejillas de más de un pionero noble que por más de
medio siglo había guardado la fe una vez entregada a los santos, y
que todavía se regocijaba en la esperanza de la recompensa final que
aguardaba a los fieles.
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Cuando llegó la hora señalada para el servicio, el Tabernáculo,
con capacidad para cerca de 3.500 personas, estaba lleno, y muchos
estaban de pie; se estima que 1.000 personas o más no pudieron
entrar y tuvieron que regresar.
Entre los miembros de la familia de la Sra. White presentes
estaban ambos hijos sobrevivientes, el pastor Jaime Edson White,
de Marshall, Míchigan, y el pastor W. C. White, de Santa Elena,
California; la Srta. McEnterfer, de Santa Elena, California; la Srta.
Addie Walling MacPherson, una sobrina que vivía en Suffern, Nueva
York; la Sra. L. M. Hall, en un tiempo miembro del equipo de la
Sra. White; y varios otros que en años anteriores habían estado aso-
ciados más o menos estrechamente con la que descansaba. Muchos
corazones sentían vivas simpatías por la Sra. Emma White, esposa
del pastor J. E. White, ausente debido a la aflicción reumática que
durante dos años le había impedido abandonar su casa.
Había seis guardas de honor, que servían en turnos de a dos: el pastor C. S. Longacre,
de Washington, D. C.; M. L. Andreasen, de Hutchinson, Minnesota; W. A. Westworth, de
Chicago, Illinois; E. A. Bristol, de Indianapolis, Indiana; L. H. Christian, de Chicago; C.
F. McVagh, de Grand Rapids, Míchigan.