Página 19 - Obreros Evang

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En lugar de Cristo
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Guardias espirituales
Los ministros de Cristo son los guardianes espirituales de la
gente confiada a su cuidado. Su obra ha sido comparada a la de
los centinelas. En los tiempos antiguos, se colocaban a menudo
centinelas en las murallas de las ciudades, donde, desde puntos ven-
tajosamente situados, podía su mirada dominar importantes puntos
que habían de ser guardados, a fin de advertir la proximidad del
enemigo. De la fidelidad de estos centinelas dependía la seguridad
de todos los habitantes. A intervalos fijos debían llamarse unos a
otros, para asegurarse de que no dormían y de que ningún mal les
había acontecido. El clamor de ánimo o advertencia se transmitía
de uno a otro, repetido por cada uno hasta que repercutía en todo el
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contorno de la ciudad.
A cada ministro suyo declara el Señor: “Tú pues, hijo del hombre,
yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra
de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío:
Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el
impío de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre
yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino
para que de él se aparte, ... tú libraste tu vida.
Estas palabras del profeta declaran la solemne responsabilidad
que recae sobre aquellos que fueron nombrados guardianes de la
iglesia, dispensadores de los misterios de Dios. Han de ser como
atalayas en las murallas de Sión, para hacer resonar la nota de alarma
si se acerca el enemigo. Si por alguna razón sus sentidos espirituales
se embotan hasta el punto de que no pueden discernir el peligro, y
el pueblo perece porque ellos no dan la advertencia, Dios requerirá
de sus manos la sangre de los que se pierdan.
Es privilegio de estos centinelas de las murallas de Sión vivir tan
cerca de Dios, y ser tan susceptibles a las impresiones de su Espíritu,
que él pueda obrar por su medio para apercibir a los pecadores del
peligro y señalarles el lugar de refugio. Elegidos por Dios, sellados
por la sangre de la consagración, han de salvar a hombres y mujeres
de la destrucción inminente. Con fidelidad han de advertir a sus
semejantes del seguro resultado de la transgresión, y salvaguardar
fielmente los intereses de la iglesia. En ningún momento deben
Ezequiel 33:7-9
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