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Hombres y mujeres de oración
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tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y grandiosa.
La madre tiene el privilegio de beneficiar al mundo por su influencia,
y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A través de luces y
sombras, puede trazar sendas rectas para los pies de sus hijos, que
los llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero solo cuando ella
procura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de
Cristo, puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de
sus niños de acuerdo con el modelo divino. El mundo rebosa de in-
fluencias corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los
jóvenes una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de
instruir, guiar y refrenar a sus hijos, estos aceptarán naturalmente lo
malo y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo
a su Salvador con la oración: “¿Qué orden se tendrá con el niño, y
qué ha de hacer?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su
Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.—
Historia
de los Patriarcas y Profetas, 617, 618
.
Ana, una mujer de oración
Ana no reprochó a su esposo por el error de su segundo matrimo-
nio. Llevó la pena que no podía compartir con un amigo terrenal a
su Padre celestial, y buscó consuelo únicamente en Aquel que había
dicho “llama, y yo responderé”. Hay un poder extraordinario en la
oración. Nuestro gran adversario constantemente busca apartar al
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alma atribulada de Dios. Una apelación al cielo de parte del santo
más humilde le causa más pavor a Satanás que los decretos de los
gobiernos o los mandatos de los reyes.
La oración de Ana no fue escuchada por oídos humanos, pero
llegó al oído del Dios de los ejércitos. Fervientemente le rogó a Dios
que le quitara su afrenta, y le otorgara el don más apreciado por las
mujeres de su edad, la bendición de la maternidad. Mientras luchaba
en oración, su voz no se escuchaba, pero sus labios se movían y
su rostro evidenciaba una profunda emoción. Y ahora le esperaba
una prueba mayor a la humilde suplicante. Cuando la mirada del
sumo sacerdote, Elí, se posó sobre ella, decidió que estaba ebria.
Las orgías de los banqueteos casi habían suplantado a la verdadera
piedad en el pueblo de Israel. Aun entre las mujeres había frecuentes
ejemplos de intemperancia, y por esto Elí resolvió recurrir a lo que