Página 155 - La Oraci

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Hombres y mujeres de oración
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Mientras Elías veía a Israel hundirse cada vez más en la idolatría,
su alma se angustiaba y se despertó su indignación. Dios había hecho
grandes cosas para su pueblo. Lo había libertado de la esclavitud
y le había dado “las tierras de las gentes... para que guardasen sus
estatutos, y observasen sus leyes”.
Salmos 105:44, 45
. Pero los
designios benéficos de Jehová habían quedado casi olvidados. La
incredulidad iba separando rápidamente a la nación escogida de la
Fuente de su fortaleza. Mientras consideraba esta apostasía desde
su retiro en las montañas, Elías se sentía abrumado de pesar. Con
angustia en el alma rogaba a Dios que detuviese en su impía carrera
al pueblo una vez favorecido, que le enviase castigos si era necesario,
para inducirlo a ver lo que realmente significaba su separación del
cielo. Anhelaba verlo inducido al arrepentimiento antes de llegar en
su mal proceder al punto de provocar tanto al Señor que lo destruyese
por completo.
La oración de Elías fue contestada. Las súplicas, reprensiones
y amonestaciones que habían sido repetidas a menudo no habían
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inducido a Israel a arrepentirse. Había llegado el momento en que
Dios debía hablarle por medio de los castigos. Por cuanto los ado-
radores de Baal aseveraban que los tesoros del cielo, el rocío y la
lluvia, no provenían de Jehová, sino de las fuerzas que regían la
naturaleza, y que la tierra era enriquecida y hecha abundantemente
fructífera mediante la energía creadora del sol, la maldición de Dios
iba a descansar gravosamente sobre la tierra contaminada. Se iba a
demostrar a las tribus apóstatas de Israel cuán insensato era confiar
en el poder de Baal para obtener bendiciones temporales. Hasta que
dichas tribus se volviesen a Dios arrepentidas y le reconociesen
como fuente de toda bendición, no descendería rocío ni lluvia sobre
la tierra.—
La Historia de Profetas y Reyes, 87, 88
.
Elías ora para sacar a su pueblo de la idolatría
El temor de Dios escaseaba cada vez más en Israel. Los signos
blasfemos de su idolatría ciega se veían entre el Israel de Dios.
No había ninguno que se atreviera a exponer su vida al colocarse
abiertamente en oposición a la idolatría blasfema que imperaba. Los
altares de Baal y los sacerdotes de Baal que sacrificaban al sol, la
luna y las estrellas se veían por todas partes. Habían consagrado