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La Oración
decer, los sacerdotes de Baal habían lanzado gritos y espumarajos
mientras daban saltos; pero mientras Elías oraba, no repercutieron
gritos sobre las alturas del Carmelo. Oró como quien sabía que Jeho-
vá estaba allí, presenciando la escena y escuchando sus súplicas.
Los profetas de Baal habían orado desenfrenada e incoherentemente.
Elías rogó con sencillez y fervor a Dios que manifestase su superio-
ridad sobre Baal, a fin de que Israel fuese inducido a regresar hacia
él.
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Dijo el profeta en su súplica: “Jehová, Dios de Abraham, de
Isaac, y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y
que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas
cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme; para que conozca este
pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú volviste atrás el
corazón de ellos”.
1 Reyes 18:36, 37
.
Sobre todos los presentes pesaba un silencio opresivo en su
solemnidad. Los sacerdotes de Baal temblaban de terror. Conscientes
de su culpabilidad, veían llegar una presta retribución.
Apenas acabó Elías su oración, bajaron del cielo sobre el altar
llamas de fuego, como brillantes relámpagos, y consumieron el
sacrificio, evaporaron el agua de la trinchera y devoraron hasta las
piedras del altar. El resplandor del fuego iluminó la montaña y
deslumbró a la multitud. En los valles que se extendían más abajo,
donde muchos observaban, suspensos de ansiedad, los movimientos
de los que estaban en la altura, se vio claramente el descenso del
fuego, y todos se quedaron asombrados por lo que veían. Era algo
semejante a la columna de fuego que al lado del Mar Rojo separó a
los hijos de Israel de la hueste egipcia.—
La Historia de Profetas y
Reyes, 112
.
Las oraciones de Elías reclamando por fe las promesas de Dios
Una vez muertos los profetas de Baal, quedaba preparado el
camino para realizar una poderosa reforma espiritual entre las diez
tribus del reino septentrional. Elías había presentado al pueblo su
apostasía; lo había invitado a humillar su corazón y a volverse al
Señor. Los juicios del cielo habían sido ejecutados; el pueblo había
confesado sus pecados y había reconocido al Dios de sus padres
como el Dios viviente, y ahora iba a retirarse la maldición del cielo