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La Oración
nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes
y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras
peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías
cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera
que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener
abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús
a venir y morar en el alma como huésped celestial.—
El Camino a
Cristo, 99
.
Dondequiera que estemos, sea cual sea nuestro empleo, nuestros
corazones han de elevarse a Dios en oración. Esto es ser constantes
en la oración. No necesitamos esperar hasta que podamos arrodillar-
nos para orar. En una ocasión, cuando Nehemías se presentó ante
el rey, este le preguntó por qué parecía tan triste y qué pedido tenía
para presentarle. Pero Nehemías no se atrevió a responder inmedia-
tamente. Estaban en juego importantes intereses. La suerte de una
nación dependía de la impresión que entonces se hiciera en la mente
del monarca, y en ese mismo instante Nehemías elevó una oración
al Dios del cielo antes de atreverse a responder al rey. El resultado
fue que obtuvo todo lo que pidió o aun deseó.—
The Signs of the
Times, 20 de octubre de 1887
.
Todos vuestros buenos propósitos y buenas intenciones no os
capacitarán para resistir la prueba de la tentación. Tenéis que ser
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hombres y mujeres de oración. Vuestras peticiones no deben ser
lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino ardientes, perseverantes
y constantes. No siempre es necesario estar solo, o arrodillarse para
orar; sino que en medio de vuestro trabajo cotidiano vuestra alma
puede a menudo elevarse a Dios, aferrándose de su fortaleza; enton-
ces seréis hombres y mujeres de un propósito elevado y santo, de
integridad noble, quienes por ninguna consideración serán desvia-
dos de la verdad, el bien y la justicia.—
Testimonies for the Church
4:542, 543
.
Debemos orar constantemente, con una mente humilde y con
un espíritu manso y dócil. No necesitamos esperar hasta tener la
oportunidad de arrodillarnos delante de Dios. Podemos orar al Señor
y hablar con él dondequiera que estemos.—
Mensajes Selectos 3:304
.