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La Oración
Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre no-
sotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber
abundantemente en la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que
oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sin-
cera del más humilde de sus hijos y, sin embargo, hay de nuestra
parte mucha cavilación para presentar nuestras necesidades delante
de Dios. ¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y
desvalidos seres humanos, que están sujetos a la tentación, cuando
el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está
pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar y que, sin
embargo, oran tan poco y tienen tan poca fe? Los ángeles se deleitan
en postrarse delante de Dios, se deleitan en estar cerca de él. Es su
mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos
de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que Dios solamente
puede dar, parecen satisfechos andando sin la luz del Espíritu ni la
compañía de su presencia.
Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la ora-
ción. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado;
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y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedi-
do de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de
Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano
de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados
los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante
y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferen-
tes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura
constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que no ob-
tengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir
a la tentación.
Hay ciertas condiciones según las cuales podemos esperar que
Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es
que sintamos necesidad de su ayuda. Él nos ha hecho esta promesa:
“Porque derramaré aguas sobre la tierra sedienta, y corrientes sobre
el sequedal”.
Isaías 44:3
. Los que tienen hambre y sed de justicia,
los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán hartos.
El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu; de otra
manera no puede recibir las bendiciones de Dios.
Nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento y habla
elocuentemente en nuestro favor. Pero se necesita buscar al Señor