El padrenuestro
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ahora en el umbral de acontecimientos grandes y solemnes. Nos
espera una crisis como jamás ha presenciado el mundo. Tal como
a los primeros discípulos, nos resulta dulce la segura promesa de
que el reino de Dios se levanta sobre todo. El programa de los
acontecimientos venideros está en manos de nuestro Hacedor. La
Majestad del cielo tiene a su cargo el destino de las naciones, así
como también lo que atañe a la iglesia. El Instructor divino dice a
todo instrumento en el desarrollo de sus planes, como dijo a Ciro:
“Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste”.
Isaías 45:5
.
En la visión del profeta Ezequiel se veía como una mano debajo
de las alas de los querubines. Era para enseñar a sus siervos que el
poder divino es lo que les da éxito. Aquellos a quienes Dios emplea
como mensajeros suyos no deben pensar que su obra depende de
ellos. No se deja a los seres finitos la tarea de asumir esta carga de
responsabilidad. El que no duerme, sino que obra incesantemen-
te por el cumplimiento de sus propósitos, hará progresar su causa.
Estorbará los planes de los impíos y confundirá los proyectos de
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quienes intenten perjudicar a su pueblo. El que es el Rey, Jehová
de los ejércitos, está sentado entre los querubines, y en medio de la
guerra y el tumulto de las naciones guarda aún a sus hijos. El que go-
bierna en los cielos es nuestro Salvador. Mide cada aflicción, vigila
el fuego del horno que debe probar a cada alma. Cuando las fortifi-
caciones de los reyes caigan derribadas, cuando las flechas de la ira
atraviesen los corazones de sus enemigos, su pueblo permanecerá
seguro en sus manos.
“Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la
victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y
en la tierra son tuyas... En tu mano está la fuerza y el poder, y en tu
mano el hacer grande y el dar poder a todos”.
1 Crónicas 29:11, 12
.
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