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La oración y la obediencia
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Sí, Cristo se ha convertido en el cauce de la oración entre el
hombre y Dios. También se ha convertido en el cauce de bendición
entre Dios y el hombre. Ha unido la divinidad con la humanidad. Los
hombres deberán cooperar con él para la salvación de sus propias
almas, y luego esforzarse fervorosa y perseverantemente para salvar
a los que están a punto de morir.—
Testimonios para la Iglesia 8:190
.
Así como el sumo pontífice rociaba la sangre caliente sobre
el propiciatorio, mientras la fragante nube de incienso ascendía
delante de Dios, de la misma manera, mientras confesamos nuestros
pecados, e invocamos la eficacia de la sangre expiatoria de Cristo,
nuestras oraciones han de ascender al cielo, fragantes con los méritos
del carácter de nuestro Salvador. A pesar de nuestra indignidad,
siempre hemos de tener en cuenta que hay Uno que puede quitar el
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pecado, y que está dispuesto y deseoso de salvar al pecador. Con
su propia sangre pagó la pena por todos los malhechores. Todo
pecado reconocido delante de Dios con un corazón contrito, él lo
quitará. “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve
serán emblanquecidos, si fueren rojo como el carmesí, vendrán a
ser como blanca lana”.
Isaías 1:18
.—
The Review and Herald, 29 de
septiembre de 1896
.
Las oraciones no valen si hay iniquidad en el corazón
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a
todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y
a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piado-
samente”.
Tito 2:11, 12
. Cristo dice: “Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.
Mateo 5:48
.
¿Qué sirven sus oraciones si usted alberga iniquidad en su corazón?
A menos que haga un cambio completo, dentro de poco se cansará
del reproche, como lo hicieron los hijos de Israel; y, como ellos,
apostatará. Algunos de ustedes reconocen de palabras el reproche,
pero no lo aceptan de corazón. Siguen como antes, solo que menos
susceptibles a la influencia del Espíritu de Dios, haciéndose más
y más ciegos, teniendo menos sabiduría, menos control sobre us-
tedes mismos, menos poder moral, y menos celo y gusto por los
ejercicios religiosos; y, a menos que sean convertidos, últimamen-
te perderán por completo su vínculo con Dios. No han realizado