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La Oración
postremos hasta cubrir nuestros rostros como si hubiese algo que
deseamos ocultar; antes alcemos nuestros ojos hasta el Santuario
celestial, donde Cristo nuestro mediador está delante del Padre, para
ofrecer, como fragante incienso, nuestras oraciones mezcladas con
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sus propios méritos y su justicia inmaculada.
Somos invitados a venir, a pedir, a buscar, a llamar; y se nos
asegura que no acudiremos en vano. Jesús dice: “Pedid, y se os dará;
buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que
pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”.
Mateo
7:7, 8
.—
Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de la
Educación Cristiana, 229
.
Las oraciones fervientes ascienden como aroma fragante
Han soportado voluntariamente penurias y privaciones, y han
orado por el éxito de la causa. Sus donativos y sus sacrificios ma-
nifiestan la ferviente gratitud y la alabanza de su parte a Aquel que
los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ningún incienso más
fragante puede ascender al cielo. Sus oraciones y sus donativos per-
manecen delante de Dios como un monumento.—
Mensajes Selectos
2:242, 243
.
Dos hermosos querubines estaban de pie en cada extremo del
arca con las alas desplegadas sobre ella, y tocándose una a otra por
encima de la cabeza de Jesús, de pie ante el propiciatorio. Estaban los
querubines cara a cara, pero mirando hacia el arca, en representación
de toda la hueste angélica que contemplaba con interés la ley de
Dios. Entre los querubines había un incensario de oro, y cuando
las oraciones de los santos, ofrecidas con fe, subían a Jesús y él
las presentaba a su Padre, una nube fragante subía del incienso
a manera de humo de bellísimos colores. Encima del sitio donde
estaba Jesús ante el arca, había una brillantísima gloria que no pude
mirar. Parecía el trono de Dios. Cuando el incienso ascendía al Padre,
la excelsa gloria bajaba del trono hasta Jesús, y de él se derramaba
sobre aquellos cuyas plegarias habían subido como suave incienso.
La luz se derramaba sobre Jesús en copiosa abundancia y cubría
el propiciatorio, mientras que la estela de gloria llenaba el templo.
No pude resistir mucho tiempo el vivísimo fulgor. Ninguna lengua
acertaría a describirlo. Quedé abrumada y me desvié de la majestad
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