Página 47 - Primeros Escritos (1962)

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Mi primera visión
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y algunos, con impiedad me llamaban dirigente del fanatismo que
en realidad yo estaba procurando corregir. (Véase el Apéndice.)
Diferentes fechas fueron fijadas en repetidas ocasiones para la venida
del Señor, y se insistió en que los hermanos las aceptasen; pero el
Señor me mostró que todas pasarían, porque el tiempo de angustia
debía transcurrir antes de la venida de Cristo, y que cada vez que se
fijara una fecha y ésta transcurriera, ello no podría sino debilitar la
fe del pueblo de Dios. Por enseñar esto, se me acusó de acompañar
al siervo malo que decía en su corazón: “Mi Señor tarda en venir.”
Todas estas cosas abrumaban mi ánimo, y en la confusión me
veía a veces tentada a dudar de mi propia experiencia. Mientras
orábamos en la familia una mañana, el poder de Dios comenzó a
descansar sobre mí, y cruzó por mi mente el pensamiento de que era
mesmerismo, y lo resistí. Inmediatamente fuí herida de mudez, y
por algunos momentos perdí el sentido de cuanto me rodeaba. Vi
entonces mi pecado al dudar del poder de Dios y que por ello me
había quedado muda, pero que antes de 24 horas se desataría mi
lengua. Se me mostró una tarjeta en que estaban escritos en letras de
oro el capítulo y los versículos de cincuenta pasajes de la Escritura
Después que salí de la visión, pedí por señas la pizarra y escribí en
ella que estaba muda, también lo que había visto, y que deseaba la
Biblia grande. Tomé la Biblia y rápidamente busqué todos los textos
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que había visto en la tarjeta. No pude hablar en todo el día. A la
mañana siguiente temprano, llenóse mi alma de gozo, se desató mi
lengua y prorrumpí en grandes alabanzas a Dios. Después de esto ya
no me atreví a dudar ni a resistir por un momento al poder de Dios,
pensaran los demás lo que pensaran.
En 1846, mientras estaba en Fairhaven, Massachusetts, mi her-
mana (quien solía acompañarme en aquel entonces), la Hna. A., el
Hno. G. y yo misma subimos en un barco a vela para ir a visitar a
una familia en la isla del Oeste. Era casi de noche cuando partimos.
Apenas habíamos recorrido una corta distancia cuando se levantó
una tempestad repentina. Había truenos y rayos, y la lluvia caía
sobre nosotros a torrentes. Resultaba claro que nos íbamos a perder,
a menos que Dios nos librase.
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Estos pasajes se transcriben al fin de este capítulo.
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