Página 116 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
con el pensamiento de que su caso no tiene esperanza, que la mancha
de su contaminación no podrá nunca lavarse. Espera destruir así su
fe, a fin de que cedan plenamente a sus tentaciones, y abandonen su
fidelidad a Dios.
Los hijos del Señor no pueden contestar las acusaciones de Sata-
nás. Al mirarse a sí mismos, están listos a desesperar, pero apelan al
divino Abogado. Presentan los méritos del Redentor. Dios puede ser
“justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”
Con confianza
los hijos del Señor le suplican que acalle las acusaciones de Satanás,
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y anule sus lazos. “Hazme justicia de mi adversario”, ruegan; y con
el poderoso argumento de la cruz, Cristo impone silencio al atrevido
acusador.
“Y dijo Jehová a Satán: Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová, que
ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es éste tizón arrebatado
del incendio?” Cuando Satanás trata de cubrir al pueblo de Dios
con negrura y arruinarlo, Cristo se interpone. Aunque han pecado,
Cristo ha tomado la culpabilidad de su pecado sobre su propia
alma. Ha arrebatado a la especie humana como tizón del fuego. Por
su naturaleza humana está unido al hombre, mientras que por su
naturaleza divina es uno con el Dios infinito. La ayuda está puesta al
alcance de las almas que perecen. El adversario queda reprendido.
“Y Josué estaba vestido de vestimentas viles, y estaba delante
del ángel. Y habló el ángel, e intimó a los que estaban delante de sí,
diciendo: Quitadle esas vestimentas viles. Y a él dijo: Mira que he
hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropas de gala.
Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una
mitra limpia sobre su cabeza, y vistiéronle de ropas”. Luego, con
la autoridad del Señor de los ejércitos, el ángel hizo una promesa
solemne a Josué, representante del pueblo de Dios: “Si anduvieres
por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás
mi casa, también tú guardarás mis atrios, y entre estos que aquí están
te daré plaza”
aun entre los ángeles que rodean el trono de Dios.
No obstante los defectos del pueblo de Dios, Cristo no se aparta
de los objetos de su cuidado. Tiene poder para cambiar sus vestidu-
ras. Saca sus ropas contaminadas, y pone sobre los que se arrepienten
y creen, su propio manto de justicia, y escribe “Perdonado” frente a
sus nombres en los registros del cielo. Los confiesa como suyos ante
el universo celestial. Su adversario Satanás queda desenmascarado
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