Página 118 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
El carácter del juez de la parábola, que no temía ni a Dios ni
al hombre, fue presentado por Cristo para demostrar la clase de
juicio que se realizaba entonces y que pronto se iba a presenciar
en su propio proceso. Deseaba que su pueblo de todos los tiempos
comprendiese cuán poca confianza se puede tener en los gobernantes
o jueces terrenales en el día de la adversidad. Con frecuencia los
elegidos de Dios tienen que estar delante de los hombres que ocupan
posiciones oficiales, pero que no hacen de la Palabra de Dios su guía
y consejero, sino que siguen sus propios impulsos sin disciplina ni
consagración.
En la parábola del juez injusto, Cristo demostró lo que debemos
hacer. “¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día
y noche?” Cristo, nuestro ejemplo, no hizo nada para vindicarse o
librarse a sí mismo. Confió su caso a Dios. Así los que le siguen no
han de acusar o condenar, ni recurrir a la fuerza para librarse a sí
mismos.
Cuando sufrimos pruebas que parecen inexplicables, no debe-
mos permitir que nuestra paz sea malograda. Por injustamente que
seamos tratados, no permitamos que la pasión se despierte. Con-
descendiendo con un espíritu de venganza nos dañamos a nosotros
mismos. Destruimos nuestra propia confianza en Dios y ofendemos
al Espíritu Santo. Hay a nuestro lado un testigo, un mensajero ce-
lestial, que levantará por nosotros una barrera contra el enemigo. El
nos envolverá con los brillantes rayos del Sol de Justicia. A través
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de ellos Satanás no puede penetrar. No puede atravesar este escudo
de luz divina.
Mientras el mundo progresa en la impiedad, ninguno de nosotros
necesita hacerse la ilusión de que no tendrá dificultades. Pero son
esas mismas dificultades las que nos llevan a la cámara de audiencias
del Altísimo. Podemos pedir consejo a Aquel que es infinito en
sabiduría.
El Señor dice: “Invócame en el día de la angustia”
El nos invita
a presentarle lo que nos tiene perplejos y lo que hemos menester, y
nuestra necesidad de la ayuda divina. Nos aconseja ser constantes
en la oración. Tan pronto como las dificultades surgen, debemos
dirigirle nuestras sinceras y fervientes peticiones. Nuestras oracio-
nes importunas evidencian nuestra vigorosa confianza en Dios. El