La siembra de la verdadx
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Muchos padres tratan de crear la felicidad de sus hijos satis-
faciendo su amor a las diversiones. Les permiten ocuparse en los
deportes y asistir a fiestas sociales, y los proveen de dinero para
usar libremente en la ostentación y la complacencia propia. Cuanto
más se trata de satisfacer el deseo de placer, tanto más se fortalece.
El interés de estos jóvenes queda cada vez más absorbido por las
diversiones, hasta que llegan a considerarlas como el gran objeto de
su vida. Forman hábitos de ociosidad y complacencia propia, que
hacen casi imposible que alguna vez lleguen a ser cristianos estables.
Aun a la iglesia, que debe ser el pilar y el fundamento de la ver-
dad, se la halla estimulando el amor egoísta del placer. Cuando debe
obtenerse dinero para fines religiosos, ¿a qué medios recurren mu-
chas iglesias? A los bazares, las cenas, las exposiciones de artículos
de fantasía, aun a las rifas y a recursos similares. A menudo el lugar
apartado para el culto divino es profanado banqueteando y bebiendo,
comprando, vendiendo y divirtiéndose. El respeto por la casa de
Dios y la reverencia por su culto disminuyen en la mente de los
jóvenes. Los baluartes del dominio propio se debilitan. El egoísmo,
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el apetito, el amor a la ostentación son usados como móviles, y se
fortalecen a medida que se complacen.
La persecución de los placeres y las diversiones se centraliza
en las ciudades. Muchos padres que se establecen en la ciudad
con sus hijos, pensando darles mayores ventajas, se desilusionan,
y demasiado tarde se arrepienten de su terrible error. Las ciudades
de nuestros días se están volviendo rápidamente como Sodoma y
Gomorra. Los muchos días feriados estimulan la holgazanería. Los
deportes excitantes—el asistir a los teatros
las carreras de caballos,
los juegos de azar, el beber licores y las jaranas—estimulan todas
las pasiones a una actividad intensa. La juventud es arrastrada por
la corriente popular. Aquellos que aprenden a amar las diversiones
por las diversiones mismas, abren la puerta a un alud de tentaciones.
Se entregan a las bromas y algazaras sociales y a la jovialidad
irreflexiva, y su trato con los amantes de los placeres tiene un efecto
intoxicante sobre la mente. Son guiados de una forma de disipación a
otra, hasta que pierden tanto el deseo como la capacidad de vivir una
vida útil. Sus aspiraciones religiosas se enfrían; su vida espiritual se
Hoy incluiríamos con más razón también el cine.—N. de la Red.