Página 167 - Testimonios para los Ministros (1979)

Basic HTML Version

La economía
163
Sálvame, Señor Jesús
de las olas, del turbión;
hasta el puerto de salud
guía tú mi embarcación.
Otro asilo aquí no hay,
indefenso acudo a ti;
mi necesidad me trae,
porque mi peligro vi
La ociosidad
30 de abril de 1894
“En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíri-
tu; sirviendo al Señor”. Hay solamente un remedio para la indolencia,
a saber, deshacerse de la lentitud como de un pecado que lleva a per-
dición, y trabajar utilizando la capacidad física que Dios os ha dado
con ese propósito. La única cura para una vida inútil, ineficiente,
es el esfuerzo, el esfuerzo decidido y perseverante. La única cura
para el egoísmo es negarse a sí mismo y trabajar fervientemente
para convertiros en la bendición que podéis llegar a ser para vuestros
semejantes. “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a
las nubes, no segará”.
Como agentes humanos de Dios debemos realizar la obra que
nos ha encargado. El ha asignado a cada uno su obra y no debemos
entregarnos a conjeturas sobre si nuestros esfuerzos resultarán o
[184]
no un éxito. Nuestra responsabilidad individual se limita a realizar
incansable y concienzudamente las tareas que alguien debe hacer,
y si dejamos de hacer nuestra parte no podemos ser excusados por
Dios. Y cuando hemos hecho lo mejor que podíamos, debemos de-
jar los resultados con Dios. Sin embargo, se exige de nosotros que
ejerzamos mayor poder mental y espiritual. Es vuestro deber, y ha
sido vuestro deber todos los días de la vida que Dios generosamen-
te os ha concedido, usar los remos del deber, porque sois agentes
responsables de Dios.
[
Estudio adicional:
Obreros Evangélicos, 103-105, 262-266, 415
;
Joyas de los
Testimonios 1:234
;
Joyas de los Testimonios 2:311, 313
;
Joyas de los Testimonios 3:235,
236
;
Testimonies for the Church 5:80, 158, 159
;
Testimonies for the Church 6:113
;
Testimonios para la Iglesia 2:233, 234
.
]