Página 311 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Exhortaciones a la verdad y la lealtad
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suscitará obreros que se darán cuenta de que sin la ayuda especial
de Dios no son nada.
Siglo tras siglo, Jesús ha estado entregando sus bienes a su igle-
sia. En el tiempo del primer advenimiento de Cristo a nuestro mundo,
los hombres que componían el Sanedrín ejercían su autoridad para
controlar a los hombres de acuerdo con su voluntad. De este mo-
do las almas que Jesús había venido a salvar de la esclavitud de
Satanás por medio de su vida, eran sometidas de otra manera a la
servidumbre del enemigo.
¿Nos damos cuenta individualmente de nuestra verdadera posi-
ción, de que como siervos contratados por Dios no podemos negociar
nuestra mayordomía? Somos responsables individualmente ante el
univers
celestial de administrar lo que Dios nos ha confiado. Nues-
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tros propios corazones han de ser conmovidos. Nuestras manos han
de tener algo que impartir de las ganancias que Dios nos confía. Los
más humildes de entre nosotros pueden ser instrumentos de Dios,
que usen sus dones para la gloria de su nombre. El que aprovecha
al máximo sus talentos puede presentar a Dios su ofrenda como un
don consagrado que será como fragante incienso delante de él. Es
el deber de cada cual velar para que sus talentos logren ganancia,
como un don que se debe devolver, habiendo hecho lo mejor posible
para acrecentarlo.
El espíritu de dominio se extiende a los presidentes de nuestras
asociaciones. Si un hombre confía en sus propias facultades y trata
de ejercer dominio sobre sus hermanos, creyendo que está investido
de autoridad para hacer de su voluntad el poder dominante, el proce-
dimiento mejor y el único seguro consiste en quitarle el puesto para
que no se haga un gran daño y él mismo pierda su propia alma y
ponga en peligro el alma de otros. “Todos vosotros sois hermanos”.
Esta disposición a dominar sobre la heredad de Dios causará una
reacción a menos que estos hombres cambien su conducta. Los que
ocupan puestos de autoridad deben manifestar el espíritu de Cristo.
Deben tratar como él lo haría con cada caso que requiera atención.
Deben estar imbuidos del Espíritu Santo. El cargo no engrandece a
un hombre ni en una jota o una tilde a la vista de Dios; sólo valora
el carácter.
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13—T. M.
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