Capítulo 15—A los obreros de Dios
Una reprensión del egoísm
Cooranbong, Australia,
6 de febrero de 1896
A mis hermanos de Norteamérica:
La gran obra específica del Espíritu Santo está claramente defini-
da por nuestro Salvador: “Y cuando él venga, convencerá al mundo
de pecado”. Cristo sabía que este anunció era un legado maravi-
lloso. Se acercaba a la finalización de su ministerio sobre la tierra
y vislumbraba la cruz, con una plena comprensión de la carga de
culpa que debía ser colocada sobre él como portador del pecado.
Sin embargo, por lo que estaba más ansioso era por sus discípulos.
Estaba tratando de hallar consuelo para ellos, y les dijo: “Pero yo
os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si yo no me
fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré”.
El mal se había estado acumulando durante siglos, y sólo podía
ser restringido y resistido por el grandioso poder del Espíritu San-
to, la tercera persona de la Divinidad, que vendría no con energía
modificada, sino con la plenitud del poder divino. Debía hacerse
frente a otro espíritu, porque la esencia del mal trabajaba en todas
las maneras y la sumisión del hombre al cautiverio satánico era
asombrosa.
El egoísmo nubla el juicio
Hoy, así como en los días de Cristo, Satanás domina la mente de
muchos. ¡Ojalá que su obra terrible pudiera ser discernida y resistida!
El egoísmo ha pervertido los principios, ha confundido los sentidos
[393]
y nublado el juicio. Parece tan extraño que a pesar de toda la luz que
irradia de la bendita Palabra de Dios se sostengan ideas tan extrañas
[
Los articulos de esta sección han sido tomados de
Special Testimonies to Ministers
and Workers, N
o
9-11
.
]
331