Exhortación y amonestación
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Espíritu Santo, los colaboradores de Dios han de trabajar con celo
incansable y esparcir por el mundo la luz de la preciosa verdad. Al
ir por los caminos y los vallados, al trabajar en los lugares desiertos
de la tierra, en su país o en regiones lejanas, verán la salvación de
Dios revelada de una manera notable.
Los fieles mensajeros de Dios deben tratar de hacer avanzar
la obra del Señor en la forma en que él lo ha señalado. Han de
colocarse a sí mismos en estrecha relación con el gran Maestro para
que puedan ser enseñados diariamente por Dios. Han de luchar con
Dios en oración ferviente por el bautismo del Espíritu Santo, para
que puedan llenar las necesidades de un mundo que perece en el
pecado. Toda potestad es prometida a aquellos que salen con fe a
proclamar el Evangelio eterno. A medida que los siervos de Dios
lleven al mundo el mensaje vivo que acaban de recibir del trono de
la gloria, la luz de la verdad brillará como una lámpara que arde,
alcanzando con su luz toda región del mundo. Así las tinieblas del
error y la incredulidad serán disipadas de la mente de los sinceros de
corazón en todos los países, que buscan ahora a Dios, “si en alguna
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manera, palpando, puedan hallarle”.
El peligro de adoptar procedimientos mundanos en la obra de
Dio
El 3 de noviembre de 1890, mientras trabajaba en Salamanca,
Nueva York, [
veasé el Apéndice.
] y cuando me encontraba en comu-
nión con Dios durante la noche, fui arrebatada y llevada a reuniones
que se realizaban en diferentes estados donde presenté un decidido
testimonio de reprensión y amonestación. En Battle Creek estaba
sesionando una junta de pastores y hombres responsables de la casa
editora y de otras instituciones, y oí que los que se hallaban reuni-
dos, con un espíritu no amable, expresaban sentimientos e instaban
a tomar medidas que me llenaron de aprensión y angustia.
Años antes había sido llamada a pasar por una experiencia simi-
lar, y el Señor entonces me reveló muchas cosas de vital importancia
y me dio amonestaciones que debían ser dadas a los que estaban en
peligro. En la noche del 3 de noviembre, esas amonestaciones fueron
traídas a mi mente y se me ordenó que sin desmayar ni desanimarme
[
Reimpreso de un testimonio publicado en forma de folleto.
]