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La Temperancia
Años ha, considerábamos la difusión de los principios de tem-
perancia como uno de nuestros deberes más importantes. Debiera
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serlo también ahora.—
Obreros Evangélicos, 398
.
Si llevásemos adelante la obra pro temperancia como se inició
hace treinta año
; si en nuestros congresos presentáramos a la gente
los males de la intemperancia en el comer y beber, especialmente los
males de la bebida; si estas cosas fuesen presentadas en relación con
las evidencias de la pronta venida de Cristo, la gente se conmovería.
Si manifestáramos un celo proporcional a la importancia de las
verdades que presentamos, podríamos contribuir a rescatar de la
ruina a centenares, sí, a millares.—
Joyas de los Testimonios 2:399
.
Si nuestro pueblo pudiera comprender cuánto está en juego, y
buscara redimir el tiempo que se ha perdido, poniendo ahora el
corazón y el alma y la fuerza en la causa de la temperancia, se vería
un gran bien como resultado.—
Carta 78, 1911
.
Con Dios somos mayoría
—Vosotros decís: somos una minoría.
¿No es Dios mayoría? Si estamos del lado del Dios que hizo el cielo
y la tierra, ¿no estamos del lado de la mayoría? Tenemos de nuestra
parte a los ángeles que son superiores en fortaleza.—
Manuscrito 27,
1893
.
Con nuestras débiles manos humanas podemos hacer poco, pero
tenemos un Ayudador infalible. No debemos olvidar que el brazo de
Cristo puede llegar hasta lo más profundo del dolor y la degradación
humanos. El puede ayudarnos a vencer aun a este terrible demonio
de la intemperancia.—
Christian Temperance and Bible Hygiene, 21
.
Los campos listos para la cosecha
—En todo lugar se le ha de
dar más importancia al asunto de la temperancia. La embriaguez, y
el crimen que siempre la siguen, claman por que se levante una voz
que combata ese mal. Cristo ve una abundante cosecha que espera
ser recogida. Las almas están hambrientas de la verdad, sedientas
del agua de la vida. Muchos están en el umbral mismo del reino,
esperando sólo ser introducidos en él. ¿No puede ver el pueblo que
conoce la verdad? ¿No oirán la voz de Cristo que dice: “¿No decís
vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí
os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están
blancos para la siega”?—
Carta 10, 1899
.
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Se publicó por primera vez en 1900.