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Consejos Sobre la Salud
atuendo o su conducta, viven para sí mismos, no para Cristo. No han
sido creados de nuevo en Cristo Jesús, para purificación y santidad
Algunos son muy descuidados en su apariencia. Necesitan ser
guiados por el Espíritu Santo en su preparación para un cielo puro
y santo. Dios instruyó a los hijos de Israel que cuando vinieran
al monte a escuchar la proclamación de la ley debían hacerlo con
cuerpos y ropas limpios. Hoy día su pueblo debe honrarlo con
hábitos de pulcritud y escrupulosa pureza.
Los cristianos serán juzgados por sus frutos. El verdadero hijo de
Dios será ordenado y limpio. Si bien debemos evitar la ostentación
y los adornos innecesarios, de ninguna manera hemos de ser des-
cuidados e indiferentes tocante a nuestra apariencia externa. Todo
lo concerniente a nuestras personas y hogares, debe ser ordenado y
atractivo. Debe enseñársele a la juventud la importancia de presentar
una apariencia irreprochable, una apariencia que honre a Dios y la
verdad.
El ejemplo de la madre
El vestido de la madre debe ser sencillo, pero aseado y de buen
gusto. La madre que viste ropas rasgadas y desaseadas, que piensa
que cualquier vestido es apropiado para el hogar, sin importarle cuán
sucio o descuidado esté, da a sus hijos un ejemplo que los hará ser
desaliñados. Y sobre todo, perderá su influencia sobre ellos. Sus
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hijos no pueden evitar de notar la diferencia entre ella y quienes
visten apropiadamente; y su respeto por ella se debilita. Madres,
háganse atractivas, sin necesidad de usar atuendos elaborados sino
vestidos apropiados y que les queden bien. Dejen que su apariencia
enseñe una lección de buen gusto. Ustedes no deben perder el respeto
de sus hijos.
A los niños se les deben enseñar lecciones de pureza desde su
infancia. A temprana edad las madres deben empezar a llenar las
mentes de sus hijos con pensamientos puros y santos. Y una manera
efectiva de hacerlo es manteniendo limpio y puro todo lo que hay
alrededor de ellos. Madres, si ustedes desean que los pensamientos
de sus hijos sean puros, dejen que el ambiente que los rodea sea
limpio. Permitan que sus recámaras se mantengan escrupulosamente
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The Review and Herald, 10 de junio de 1902
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